Viaje 2 no puede evitar mostrar los síntomas de desgaste de mucho cine actual. No es que la película esté mal, pero la forma rutinaria en que avanza constantemente permite descifrar el signo de una época: ya no se puede hacer cine de aventuras (al menos el cine de aventuras de acción en vivo; la animación todavía tiene cosas para decir al respecto, como lo demuestra Tintín). Mejor: no es que no se pueda, sino que la aventura como género cinematográfico ya no tiene razón de ser por varios motivos, y Viaje 2 es una muestra evidente. Para empezar, el mapa de la aventura ya está delimitado y cerrado, no quedan en el mundo lugares exóticos por descubrir ni tierras vírgenes por pisar. En la película del director Brad Peyton esto se nota rápido en el hecho de que toda la historia esté tomada abiertamente de la literatura de aventuras y viajes del siglo diecinieve, en especial de Julio Verne, pero también de Jonathan Swift y Robert Louis Stevenson. La isla misteriosa a la que arriban los protagonistas, las criaturas que descubren, incluso la huída y el medio de escape; todo proviene de los libros, los personajes no tienen más que ir a desenterrar los secretos que la trama (la literatura) esconde allí para ellos. En el universo de Viaje 2 basta con ser un lector atento y memorioso de Verne para superar cualquier obstáculo, para salir de cualquier problema y resolver hasta el enigma más inescrutable.
En este sentido, que el mundo ya no tenga puntos ciegos que explorar es algo que queda claro ni bien empezada la historia, cuando los personajes pasan de estar en su casa a encontrarse en Palaos en apenas un segundo sin ningún tipo de transición (no hay un mísero plano que establezca el trayecto, ni siquiera uno al estilo del travel by map de Los Muppets) ni información (nunca se da cuenta a través de algún texto informativo el lugar de la escena). Se sabe que, a medida que el mundo real cambió, también lo hizo el cine, y que las distancias de los relatos se acortaron cada vez más hasta perder su densidad característica, hasta que los viajes empezaron a salir de la gran mayoría de los itinerarios narrativos de las películas. Pero en Viaje 2 eso se extrema, incluso a contrapelo de lo que indica el título: ya no es que el viaje no importe sino que ni siquiera es una verdadera dificultad a sortear (el “viaje” hasta la isla es apenas un acercamiento de pocos kilómetros).
Como si eso no alcanzara para decir que el cine de aventuras ya no es posible, queda agregar que John, el joven protagonista, aparece durante toda la película protegido por el gigante Dwayne “The Rock” Johnson, Hank en la ficción, su padrastro. Desde que Hank le compra los pasajes para ir hasta Palaos (a condición de acompañarlo) y acepta desembolsar no mil sino tres mil dólares para que un helicóptero los lleve a la isla (cediendo a un pedido desesperado de John que, como un chico caprichoso, se enamora intempestivamente de la chica que maneja el vehículo) hasta la manera en que Hank lo cuida de cuanto peligro se les cruza por delante, está claro que la aventura ya no es el espacio en que una comunidad de hombres se enfrentan contra la naturaleza y/o enemigos (como ocurría, por ejemplo, en La isla del tesoro de Stevenson) sino una suerte de espacio propicio para la cruzada familiar, donde lo que cuenta es el reforzamiento de los vínculos y no tanto la propia supervivencia. Es cierto que la familia es algo a salvaguardar en varias películas de aventuras (la tercera Indiana Jones, Los Goonies) pero nunca de forma tan abiertamente literal y conservadora como en Viaje 2, en la que el protagonista es un adolescente infantilizado que solo ocasionalmente tiene oportunidad de saborear el peligro de primera mano, cuando Hank no está vigilándolo por sobre el hombro o tratando de enseñarle trucos para sobrevivir.
Por eso, que la isla exótica de Viaje 2 se perciba tan marcadamente falsa, tan superficial incluso a pesar del despliegue del 3D, no es algo relacionado con el uso del digital para crear todo un paisaje, sino con el desfase entre un tiempo y un tipo de relato. Viaje 2 aspira a contar una historia de aventuras a pesar de admitir la imposibilidad actual del género, como queda constatado en el hecho de que todo lo que ocurre en la historia sea un copia exacta del universo literario de Julio Verne. El cine estampa en la película la velocidad del mundo real y el achicamiento hasta la disolución de las distancias y pone en evidencia lo artificial de la isla, su inverosimilitud absoluta incluso al interior de una ficción. Ya no existe imaginación posible para la aventura cinematográfica, cualquier película del género está destinada a ser un mejor ejercicio de estilo desplegado sobre una borroneada cartografía estética y emotiva. En el caso de Viaje 2, se está ante uno bastante pobre al que solo ocasionalmente salva la presencia y la credibilidad absoluta de The Rock (que ya se había estrenado como padrastro que busca mantener unida a su nueva familia en Hada por accidente). Si no fuera por él y por bondad irreprochable, Viaje 2 no pasaría de ser una propaganda larga de alguna bebida con sabor tropical.