El mal del campo
En el nuevo milenio, Fernando "Pino" Solanas toma a través de su cine una postura definida. Estructura sus documentales de denuncia en capítulos, en línea con la emblemática La hora de los hornos (1966-68), y asume la narración, poética y personal, mediante su propia voz y figura en pantalla.
El director de La dignidad de los nadies (2005) se ubica del lado de los damnificados a quienes construye como víctimas, sin dudar en mostrarlos quebrarse frente a cámara, para describir injusticias sociales (el desmantelamiento de la red de ferrocarriles, la explotación desmedida del petróleo).
En esta película, que participó del festival de Berlín, el eje son los pueblos reducidos, abandonados y obligados al desarraigo por la extensa cosecha de soja. Pueblos originarios del norte -entre ellos los wichis- y comunidades enteras de la provincia de Buenos Aires son vulnerados por el desmonte que arrasa con los recursos naturales del hábitat. Al despojo de flora y fauna se le suma el herbicida -glifosato- arrojado a las plantaciones que contamina suelo y agua, con consecuencias fatales para la población.
Pero también este mal no aqueja sólo a las poblaciones rurales, porque todos los alimentos rociados con este veneno llegan a nuestras mesas a diario. Sin controles gubernamentales a la Agroindustria, seguiremos consumiendo productos envenenados nos dice Viaje a los pueblos fumigados (2018), que nos muestra la variedad de enfermedades que son consecuencia de esta realidad.
Solanas también hace eco en las causas que llevaron a una Argentina rica en recursos a perder competitividad, a la debacle agropecuaria, señalando con nombre y apellido a los responsables, Monsanto y compañía, sin olvidarse de la complicidad política.
El veterano cineasta toma los recursos del cine para exponer su propio discurso sin ocultar su ideología, con la contundencia narrativa y fuerza audiovisual que lo caracteriza.