El proyecto cinematográfico que Fernando “Pino” Solanas viene llevando adelante desde mediados de la década pasada es uno de los más sostenidos, coherentes e importantes en toda la historia del cine argentino. Importante social, histórica y políticamente, pero también en el sentido de sostener tenazmente la idea (explícitamente formulada o no, poco importa) de que el cine puede interpelar la realidad, con la ambición de intervenir en ella y modificarla. ¿Modificar la realidad a través del cine? Tal vez Solanas sea, a los 82 años, el único cineasta que sigue creyendo en esa fe modernista. Es que el hombre, políticamente nacido a la sombra de un peronismo que encarnaba en ese momento (mediados de los 60) la idea misma de revolución, no fue ganado por el escepticismo que sobrevendría a partir de la sucesión dictadura militar-menemismo-Alianza, que pareció demostrar que la Argentina de la justicia social, la libertad política y la soberanía económica -en la que millones de personas creyeron durante medio siglo- había muerto para siempre. Solanas cree que ese proyecto sigue siendo posible, siempre y cuando se pueda vencer la batalla contra la devastación neoliberal en curso. Esa es la idea que el ciclo cinematográfico inaugurado en 2004 por Memorias del saqueo y continuado por La dignidad de los nadies (2005), La Argentina latente (2007), La última estación (2008), las dos partes de Tierra sublevada (2009/2011) y La guerra del fracking (2013) expresa en hechos concretos.
Si este ciclo consistiera en documentales en los que el autor pontifica de modo omnisciente desde el off sobre los males que impiden a la Argentina desarrollarse y las soluciones que propone, sería lo mismo que cualquier discurso del propio Solanas en campaña por algún cargo político, desde el de diputado de la Nación (banca que ocupó en dos ciclos, de 1993 a 1997 y de 2009 a 2013) hasta el de senador (de 2013 hasta hoy), así como el de Presidente de la Nación, para el que se postuló en 2007 y desistió de hacerlo en 2017. Si bien de aquello que desarrolla en sus documentales se desprende una visión del país -y hasta el intento de construcción de un proyecto político, si se quiere: Viaje a los pueblos fumigados termina con Solanas proponiendo en off “Es hora de unirnos”- debe resaltarse que la importancia de este ciclo reside en su carácter de reportajes sobre el país real, que Pino consuma viajando por la Argentina siglo XXI, cámara y micrófono en mano, como lo haría un periodista de investigación y no un político. Esto es: para registrar, inquirir, averiguar qué le pasa al país real, en boca de sus representantes.
Qué le pasa al pueblo, si quiere pronunciarse esa palabra negada, cuestionada, destronada, en la que el realizador de La hora de los hornos sigue creyendo. Solanas es, sí, un populista, y es el pueblo argentino aquel al que entrevista en su serie de documentales. Pero no el pueblo mítico, imaginario, el que distintos partidos dicen representar, sino el pueblo real, el de los trabajadores que lo constituyen en su acción cotidiana. Solanas no juega el juego de las dos campanas: le da voz solamente a una de ellas. En todos estos documentales no presta testimonio ni un solo funcionario, economista, abogado o CEO de la Argentina neoliberal. Los que hablan son los dueños de pymes obligadas a bajar la cortina, ingenieros de organismos extinguidos, representantes de empresas nacionales, trabajadores explotados, despedidos, aborígenes perseguidos. No es uno de los méritos menores de esta serie documental el de darle rostro y cuerpo concreto al pueblo argentino aquí y ahora, demostrando en los hechos lo que la historiografía neoliberal intentó negar a lo largo de los últimos 36 años: que el pueblo argentino sigue existiendo, entre otras cosas porque sus explotadores siguen en pie.
Después de relevar qué había sucedido con el país real desde la posdictadura hasta el estallido (en varios sentidos) de diciembre de 2001 (en Memorias del saqueo y La dignidad de los nadies), qué quedaba de la estructura productiva y el proyecto de desarrollo independiente del peronismo inicial (La Argentina latente), la destrucción de la red ferroviaria por parte del menemismo, sus motivos y consecuencias (La próxima estación) y la entrega de la minería a las grandes corporaciones extranjeras por parte de todos los gobiernos 1983/2011 (¡Incluidos los kirchneristas!), así como las consecuencias del modelo extractivo neoliberal sobre la población (las dos partes de Tierra sublevada y La guerra del fracking), Solanas prosigue la serie con absoluta coherencia, investigando ahora qué es lo que las grandes corporaciones y sus socios les hacen a los productos de la tierra, así como a los que los consumen y producen, y a la población en general. Viaje a los pueblos fumigados se mete con uno de los temas más actuales, concretos y urgentes del mundo contemporáneo, y de la Argentina en particular: la utilización masiva de agroquímicos por parte de la mayoría de explotadores de la tierra, desde la gigantesca Monsanto hasta los sojeros locales.
Quien quiera saber qué piensa Monsanto o la familia Grobocopatel deberá buscar otras fuentes, y no le costará hacerlo en tanto se trata de los grupos que cortan el bacalao en el tema. Viaje a los pueblos fumigados da voz a quienes sufren, de un modo u otro, la acción de esos grupos. Los wichis expulsados de sus tierras que serán desertificadas, los chacareros pampeanos corridos por el modelo sojero, los habitantes de esas zonas, que sufren inundaciones que antes no había, consecuencia de la tala indiscriminada de árboles. Los niños malformados o con leucemias ocasionadas por el riego de agrotóxicos desde el aire, sobre sus casas y escuelas. Las madres de esos niños, que no saben a quién reclamarle. Los médicos que los atienden, que constatan la progresión geométrica con que aumentan los casos de cáncer en las zonas fumigadas. Quienes comen verduras fumigadas (todos nosotros) y comprueban en un análisis de laboratorio la existencia de tóxicos en sangre que antes no tenían. El propio Solanas se pesca una dermatitis, después de cinco años de andar por esas zonas.
Sí: Viaje a los pueblos fumigados es la clase de película que uno no querría ver. Que no se goza sino que se sufre. Que de a ratos se hace dura, que por momentos puede generar un reflejo de “basta de esto”. Resulta inevitable si lo que se quiere es documentar, investigar, informar sobre aquello tan grave (la enfermedad, la muerte, la malformación infantil) como ignorado: los medios no suelen dar cuenta de tales cuestiones, porque los poderes a los que afectarían si lo hicieran son tan poderosos que es preferible no molestarlos. Para compensar un poco tanta pálida, y como lo había hecho ya en La dignidad de los nadies y La Argentina latente, Solanas dedica la última parte de Viaje a los pueblos fumigados a los proyectos en curso, los triunfos, aquello que permite tener esperanzas en el tema agrícola. La resistencia de un grupo de madres cordobesas que se reunieron para impedir que siguiera la proliferación de cánceres, saliendo a poner el cuerpo y a frenar las avionetas fumigadoras. La extraordinaria resistencia popular que en la misma provincia impidió que Monsanto construyera la que iba a ser la fábrica más grande de agroquímicos del mundo, y que tuvo que desmantelarse. Cosa que no sucedió en ningún otro país.
Solanas entrevista, sobre todo, a quienes llevan adelante emprendimientos agroecológicos. Sucede aquí lo mismo que sucede, en sus documentales, con la palabra pueblo: la ecología deja de ser un abstracto ideal teórico para devenir una práctica concreta y exitosa, que un número de agricultores lleva adelante desde hace décadas, con técnicas no primarias (como los poderes ligados al campo tradicional quieren hacer creer) sino complejas y sofisticadas. Cual teorema, en su primera parte Viaje a los pueblos fumigados enumera los enemigos y sus motivos. En la segunda, da cuenta de las alternativas no contaminantes que existen frente a aquellos y sus métodos. La conclusión del teorema queda a cargo del espectador: como se dijo más arriba, Solanas no pontifica sino que muestra, expone, prueba. Pero no dice qué hay que pensar.