Todos -políticos, periodistas, consumidores, gobernantes, opositores- sabemos y callamos, porque la soja financia al Estado. ¿Hasta cuándo seremos cómplices de la muerte? Se lo pregunta el cineasta Pino Solanas en el final de esta, su nueva película documental. Y lo hace con su voz, la que narra en off el periplo que lo lleva a recorrer la Argentina recogiendo testimonios sobre el ya no tan nuevo modelo agrícola del ex granero del mundo. Quizá porque el político y el hombre de cine no se le disocian, Solanas está también en cámara, con sus entrevistados o como eventual protagonista, poniendo el cuerpo para sacarse sangre, análisis que dará con la presencia de pesticidas en su organismo. O tragando jugo de pasto de trigo en un mercado orgánico. Su tono, y el de la película, es amable, didáctico, abarcador, mientras llega con su cámara a registrar relatos terribles y mostrar realidades imposibles, aunque lo haga con cuidado de no caer en la explotación o el amarillismo. Argentinos tan miserables y abandonados que no tienen ni comida ni documento, neonatologías de bebés malformados, colectivos que se organizan solos para llevar registros y cuidar la salud de la gente, escuelas cuyas maestras relatan que las fumigaciones enferman a los niños. Antes del homenaje que recibirá en el festival de Cannes, y en colaboración con sus hijos, Solanas deja por un rato al político para presentar este film. O mejor dicho, sigue haciendo política.