Se estrena Viaje a los pueblos fumigados, último trabajo de Fernando “Pino” Solanas que continúa denunciando los abusos y expropiaciones de empresas multinacionales en territorio argentino. El resultado es una obra fiel a la estética y estilo del director de La hora de los hornos que permite reflexionar acerca de lo que se respira, se come y se toma en la actualidad.
Se debe separar al director de la persona. Pero lo cierto es que siempre la trayectoria política de Pino Solanas estuvo relacionada con su actividad cinematográfica y vida personal. Desde La hora de los hornos hasta El legado estratégico de Juan Perón, su anterior obra, Solanas siempre dejó su marca y su estilo, tanto visual como narrativo, y sobre todo nunca fue ajeno a mostrar su ideología y reflexión final. La realidad es que Solanas sigue filmando sus películas como en los años ’60, siguiendo los mismos patrones que aprendió del cine de Fernando Birri y de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba.
Y si la crítica es tan contundente como en aquellos años y el resultado audiovisual tan cuidado -se le puede criticar muchas cosas, pero Solanas arma encuadres cinematográficos cada vez que recorre el país- no está mal apelar a un estilo de hace cinco décadas para concientizar a la población.
Después de denunciar la forma en la que las mineras y petroleras vaciaron el país, de cómo los diversos gobiernos destruyeron los ferrocarriles, de exhibir los adelantos tecnológicos argentinos y la lucha de la clase trabajadora, Solanas vuelve a recorrer diversas provincias para meterse con la industria sojera, los agrotóxicos, la fumigación y la industria alimenticia argentina.
El viaje arranca, y termina, en el norte del país. Comunidades Wichis son arrasadas por empresas que deforestan sus tierras dejándolas en una miseria alarmante. El motivo: la plantación de soja. Sin embargo, el director no se detiene solamente en las consecuencias que el cultivo transgénico trae al suelo, sino que profundiza en el impacto social. Familias enteras, escuelas y pueblos se enferman indiscriminadamente por culpa de la fumigación y los gobiernos prefieren mirar a otro lado. El director recorre, observa, escucha y reflexiona en voz alta.
Solanas no sale en busca de los culpables, sino que le da un micrófono a las víctimas, a testigos y especialistas. Desde ecoagricultores hasta médicos de diversos territorios del país (Mar del Plata, Córdoba, La Plata) que analizan las consecuencias que traen los agrotóxicos y en qué benefician al estado y las empresas multinacionales como Monsanto que contaminan el agua, los vegetales y el aire.
Si bien el director apela a retoques de color, una banda sonora soporífera y manipulación del montaje para agravar aún más cada relato que, de por sí, es impactante, no se puede ignorar que estamos ante un abuso de poder aterrador y que toda la población está en peligro.
Episódica como toda su obra, con participación omnisciente en el relato, y frente a cámara, Solanas continúa a los 82 años fiel a su estilo. No se esconde detrás de la crónica periodística y ofrece su propia opinión, así como propone diversas soluciones a los problemas, aún cuando es sabido que es una batalla casi perdida.
No hay que esperar una obra de confrontación, pero al final no tiene problemas en denunciar a diversos personajes políticos (incluso ex compañeros de fórmula) que dejan que esto continúe sucediendo.