Cine debate.
A Pino Solanas jamás le interesó la sutileza. Nunca fue un director con matices delicados ni complejidades ideológicas. Siempre fue panfletario y directo, jamás permitió que entraran las contradicciones en su cine. Con obras más logradas que otras, con verdaderos clásicos dentro del cine político, valorados en un contexto donde la responsabilidad ideológica era chic. Su experiencia como director de cine publicitario lo ayudo a mandar mensajes directos, toscos, concretos. Su pasión tal vez fue su mejor virtud. Sus películas, coincidamos o no con su ideología, siempre fueron apasionados. La hora de los hornos estaba colmada de ganas, de potencia, y tal vez por eso hoy le perdonan todos que no sea otra cosa más que un llamamiento a la lucha armada. Defensor de la democracia pero también de las dictaduras latinoamericanas de Cuba y Venezuela, Solanas tiene más contradicciones de las que su cine es capaz de aceptar. Los derechos humanos solo existen para él cuando las víctimas son del capitalismo o los países del primer mundo. Las violaciones de derechos humanos en los países mencionados y otros de ese estilo nunca formaron parte de su cine. Por eso sus documentales, tengan o no razón en lo que denuncian, no terminarán nunca de ser creíbles. Viaje a los pueblos fumigados es un documental panfletario, que no deja ningún tipo de espacio para otras voces o para enfrentar a los responsables de las calamidades que la película denuncia. Todo va en una única dirección, todo el tiempo, sin matices, sin preguntas, sin posibilidades de entender el mundo completo. Con toda la experiencia que Solanas tienen como director, ya queda claro que no es la democracia lo que a él le interesa, hablando de cine, en este caso, por supuesto. Como para refutar a Solanas hay que investigar el tema, no podemos más que aceptar lo que él dice. Pero la credibilidad no es solo el discurso, sino también la forma. Y la forma de Solanas como documentalista se ha quedado en el tiempo, estancada en la época en la cual los documentales no tenían que ser complejos, sofisticados ni dejar espacio a la reflexión. Solanas no busca que el espectador piense, solo quiere que acepte. Al final, parece que reparte por igual críticas los políticos de todas las ideologías, pero termina haciendo más hincapié en María Eugenia Vidal que en cualquier otro político. En un montaje sin sustento, termina su película lanzado a una acusación que es clara pero al mismo tiempo no lo es. No dice concretamente algo, solo usa el montaje para lanzar su desprecio por la clase política y todos aquellos que fueron elegidos por el pueblo. Habla también de una Argentina sin gente que pase hambre, pero públicamente ha aplaudido a Castro y Chávez, sin importarle cuanta gente pasó (y pasa) hambre en las dictaduras que ellos construyeron. Todo el talento de Pino Solanas, demostrado en varias buenas películas, ya no tiene la misma efectividad ni credibilidad de otra época. Es hora de dejar de festejar estas cosas y pedirle al cine que sea más serio y complejo.