Sin brújula
Viaje a Tombuctú (2013), de la directora peruana Rossana Diaz Costa, sigue la línea de obras como El Premio (Paula Markovitch, 2011), Infancia Clandestina (Benjamín Ávila, 2012) o Las malas intenciones (Rosario Garcia-Montero, 2011) para contar una historia pasada a través del punto de vista de una joven que funciona como alter ego de la propia realizadora.
La película, ambientada durante los años 80 peruanos, recorrerá la infancia y adolescencia de Ana y Lucho, niños en una primera parte y ya jóvenes en la segunda. El relato llevará el punto de vista de Ana para narrar los tumultazos años 80 peruanos.
Viaje a Tombuctú es una película de buenas intenciones pero fallida en su forma. A diferencia de las obras citadas, que con una estructura similar abordaron situaciones trágicas de un país pero vistas desde la mente de un niño o un joven, el film no encuentra una fórmula eficaz para contar la historia y recurre a una sucesión de viñetas que fragmentan un relato del que no queda nada en claro. Ante esta falta de rumbo se hace necesario remarcar todo para que quede un poco más claro, y es ahí donde la utilización de una música incidental se vuelve literalmente insoportable sin justificación formal del porqué de su uso.
Durante gran parte del metraje da la sensación de que la película no puede arrancar, no hay una historia clara y el eje dramático no está bien focalizado. Recién la historia toma vuelo en los últimos minutos, donde la música incidental no está en un primer plano sonoro, los personajes crecen y la trama encuentra su rumbo. Pero claro, ya termina.
El cine autobiográfico no es solo una sucesión de recuerdos y la utilización de una banda de sonido que remite a esos años, sino también poder trasladar esos recuerdos a un buen guión. Algo que en este caso falló.