Lola Dueñas y Anna Castillo se lucen en la ópera prima de la también española Celia Rico Clavellino, que se exhibirá en Buenos Aires después de haber cosechado el Premio de la Juventud, el Premio Fedeora y una mención especial en el 66º Festival de San Sebastián, entre otras distinciones. Viaje al cuarto de mi madre se titula este retrato de una relación materno-filial justo cuando la hija decide emanciparse. El hogar donde las protagonistas forjaron el vínculo es el tercer gran personaje de una película que, con perdón del lugar común, podría haber sido una obra de teatro.
Las actuaciones y el guion constituyen las virtudes principales de esta ficción que se desarrolla en dos movimientos. El primero privilegia la perspectiva de la hija; el segundo, aquélla de la madre (y viuda reciente). En uno y otro, los espectadores reencontramos a Dueñas en todo su esplendor y descubrimos la versatilidad de la menos conocida –al menos por estas latitudes– Castillo.
También descubrimos el talento de Rico Clavellino para recrear un momento clave en casi toda relación entre madre e hija. La realizadora sevillana propone un retrato rico en matices, irreductible a la comunicación verbal y por lo tanto consciente de la importancia de los silencios.
La semblanza reconoce la brecha generacional entre las protagonistas. Esta otra distancia aparece reflejada en los usos de las nuevas tecnologías (una notebook y la telefonía móvil) y en las posturas respecto del trabajo y, en el caso de la mujer mayor, de un oficio heredado.
Desde el pequeño departamento donde Estrella y Leonor enfrentan la inevitable separación y reconfiguran su relación a partir de esta nueva etapa, Rico Clavellino también da cuenta de una España que parece sentirse incómoda con otro tipo de vínculo familiar, aquél que mantiene con la Unión Europa. Aunque apenas sugerida, esta observación invita a trasladar a un nivel geopolítico el agobio que la joven experimenta ante una progenitora controladora.