No es la primera vez que un documental usa la animación artesanal y apela a muñecos para reconstruir un hecho real (allí está, por ejemplo, Vals con Bashir, del israelí Ari Folman; y La imagen perdida, del camboyano Rithy Panh), pero en el ámbito local es un recurso con escasos antecedentes. Y, en ese sentido, el resultado en el caso de este trabajo de Darío Doria no deja de ser valioso tanto en términos visuales como narrativos.
Más de 14 años han pasado desde que se destapó el caso conocido como LMR que tuvo como protagonista (víctima) a Laura, una joven de 19 pero con un fuerte retraso madurativo (su capacidad mental era propia de una niña de 8) que quedó embarazada luego de una violación por parte de su tío.
El título de la película hace referencia a Vicenta Avendaño, la madre de Laura, una mujer de 54 años pobre, analfabeta y que vivía en una humilde casita de chapa y madera en el conurbano profundo. Ella, con la única ayuda en principio de su hija mayor Valeria (y luego sí de algunos medios y activistas) tuvo que luchar contra la burocracia judicial, la negativa de muchos médicos, la falta de apoyo oficial y la oposición constante de la Iglesia y de los sectores conservadores para conseguir que Laura pudiera acceder a un derecho que hasta la ley vigente contempla en situaciones como esa: el aborto seguro, legal y gratuito.
Con narración en off (por momentos un poco ampulosa) a cargo de Liliana Herrero, Doria va reconstruyendo la épica cotidiana que consistió en recorrer guardias de hospitales y pasillos de juzgados, mientras todo lo que recibía eran rechazos, prejuicios, hostilidades y repudios. El otro recurso que el director y coguionista utiliza con precisión son las imágenes de los noticieros de la época (aparecen en televisores de los diferentes lugares donde transcurre la historia) que ofrecen el contexto necesario para entender el derrotero del caso y la cobertura mediática.
Vicenta es una película hecha con más corazón que recursos (todo es austero y artesanal), pero eso no significa que el acabado sea pobre o descuidado. Al contrario. Vicenta podrá ser visto por muchos como un film militante (y en algún sentido lo es), pero también regala una historia de profundo humanismo, sensibilidad, respeto y empatía con los más débiles. Es difícil no indignarse por tantos desatinos del sistema y al mismo tiempo no emocionarse con la fuerza de voluntad de la protagonista en el peor de los contextos, mientras su hija -que no podía entender ni explicar por lo que estaba atravesando- era usurpada, vulnerada, manipulada, abandonada...
De aquel julio de 2006 en Guernica hasta hoy han pasado muchas cosas (la marea verde que inundó las calles de todo el país, la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que luego se frustró en el Senado y la promesa por el momento incumplida del actual presidente de su envío para un nuevo tratamiento parlamentario), pero la descontención de las mujeres sometidas a abortos clandestinos, el olvido en muchos casos por parte del Estado de defender a los más pobres y la inacción (o directamente entorpecimiento adrede) del aparato judicial se mantienen inalterables. Falta mucho aún para una sociedad más justa y que garantice más y mejores derechos.