Cada vez que recordemos que nuestro Senado sancionó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo al término del fatídico 2020, algunos argentinos acotaremos que semanas antes se estrenó una de las películas nacionales más conmovedoras del año: Vicenta. La asociación resulta inevitable porque el largometraje de Darío Doria, Florencia Gattari y Mariana Ardanaz recrea un caso emblemático de (extrema) violencia institucional contra la mujer, en nombre del proclamado «derecho del niño por nacer».
El film le rinde homenaje a Vicenta Avendaño, madre de una adolescente con retraso madurativo, que quedó embarazada después de haber sido violada por un tío. El hecho ocurrió en 2006, y sin embargo nuestro Estado le negó a la joven el derecho a realizarse un aborto no punible según establece el artículo 86, inciso 2, de nuestro Código Penal desde 1922.
La inconducta de nuestro Poder Judicial fue tan brutal como irreductible la lucha de Avendaño y de las militantes feministas que la asesoraron y acompañaron. Tras cinco años de reclamos, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas condenó al Estado argentino a pagarle a la muchacha una indemnización por daño moral y psíquico, y a implementar programas, protocolos, campañas de difusión que garanticen la práctica del aborto no punible en el territorio nacional. Vicenta y su hija cobraron la reparación económica recién en 2015.
El guion de Doria y Gattari, con aportes de Luis Camardella, recrea el derrotero por los laberintos de un statu quo que se ensaña con dos mujeres vulnerables en más de un sentido, y el empoderamiento progresivo de la madre erigida en protagonista. Dos recursos narrativos convirtieron este proyecto en un documental singular: la ocurrencia de hablarle a Vicenta, de contarle su historia, y la puesta en escena del relato con miniaturas de plastilina (obra impresionante de la ilustradora Ardanaz).
Es de Liliana Herrero la voz que narra y que se dirige a la madre y empleada doméstica, analfabeta, ninguneada, determinada, serena, resiliente. La cantante calibra tonos y dicciones según las exigencias de un texto concebido con empatía y que por lo tanto expresa desconcierto, indignación, piedad, admiración.
La decisión de no animar los muñequitos evoca el recuerdo del documental de Rithy Panh sobre las iniquidades que los camboyanos sufrieron en la segunda mitad de los años ’70 a manos de la dictadura de Pol Pot. En La imagen perdida, el realizador oriundo de Nom Pen recurre a miniaturas de arcilla y –como Doria en Vicenta– articula los planos acordados a estos personajes con material de archivo.
Las (escasas) imágenes extraídas de la cobertura que noticieros de nuestra televisión le dedicaron a la «joven de Guernica conocida como LMR» le agregan una tercera dimensión mediática a la revictimización operada por integrantes del Poder Judicial y del cuerpo médico del Hospital Interzonal General de Agudos General José de San Martín de La Plata. Por otra parte, la similitud entre rostros reales y aquéllos de plastilina constituye otra prueba del diseño meticuloso de Ardanaz.
Vicenta desembarcó en el circuito CINE.AR después de haberse exhibido en el 63º Festival Internacional de Cine Documental y de Animación de Leipzig y en el 35º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En Alemania ganó el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, más conocida como FIPRESCI. Acaso el galardón mayor consista en asociar su estreno nacional con la histórica sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.