Poco novedosa colección de monstruos
Max Landis, guionista de esta versión absolutamente libre del clásico de Mary Shelley, y Paul McGuigan llevan al extremo el concepto de monstruo. En la novela es un juego de espejos entre creador y creatura, con un trasfondo filosófico-religioso decididamente incómodo. En la película de McGuigan monstruos son todos, a excepción de Igor -que empieza en la piel de un buen salvaje- y la angelical Lorelei (Jessica Brown Findlay, irresistible). Igor y Lorelei representan una península de humanidad entre el oleaje de perversión y locura provocado por el doctor Frankenstein.
La monstruosidad empieza por la tumultuosa Londres victoriana y pervierte a todos los personajes: Frankenstein (desbocado James McAvoy), su padre, el ambicioso Finnegan (Freddie Fox) y el inspector Turpin (el notable Andrew Scott). No hay límites morales para ninguno de ellos. Poco podía esperarse del anhelado Prometeo.
McGuigan cuenta la historia desde la perspectiva de Igor, al que Daniel Radcliffe mete en caja sin dejarse tentar por la desmesura que se advierte alrededor. Es un punto de vista interesante, aunque la película, en su voracidad visual y narrativa, lo fagocita rápidamente. Es la marca de la época.