El clásico de Mary Shelley vuelve a la pantalla grande cambiando el ángulo de la historia. Acá, conocemos a Victor Frankenstein y sus experimentos a través de los ojos de su amigo y colega Igor, una relación complicada que no termina nunca de definirse.
Empecemos por lo mejor. El director escocés Paul McGuigan no es un experto cinematógrafo, pero ha lucido sus habilidades en algunos de los mejores episodios del “Sherlock” de la BBC. Esta nueva adaptación del clásico literario de Mary Shelley, a cargo de Max Landis (sí, el hijo de), se esmera por representar una de las mejores épocas para el cine de terror gótico: la Inglaterra pre-victoriana y en plena revolución industrial, el escenario perfecto para darle vida a esta truculenta historia que juega con la ética y los límites entre la vida y la muerte.
Visualmente impactante -aunque todo el tiempo nos recuerde al “Sherlock Holmes” (2009) de Guy Ritchie, con esa mezcla de misterio y acción (aunque acá el equilibrio es bastante fallido)-, la película rescata los momentos más icónicos de la historia como ya nos los mostró infinidad de veces el séptimo arte, pero quedan deslucidos bajo un montón de tramas y sub-tramas que se amontonan sin ningún sentido.
Al final, no estamos tan seguros de qué trata “Victor Frankenstein”, por más que nos refrieguen en la cara la relación entre el “buen doctor” y su asistente. La dupla McGuigan/Landis quiere darle un giro a esta historia, pero el tiro les sale por la culata.
Todo comienza en el Circo Barnaby donde el “jorobado” (Daniel Radcliffe) pasa sus días como freak de feria desperdiciando sus talentos innatos para la medicina, disciplina que estudia en sus ratos libres de forma totalmente autodidacta.
Un desafortunado incidente lo pone en el centro de la escena y en contacto directo con Victor Frankenstein (James McAvoy), un tipo bastante misterioso desde el vamos que, en seguida conecta con el muchacho y sus habilidades, y lo rescata del único “hogar” que conoció durante toda su vida.
Victor le da casa, comida y una nueva identidad, la de Igor (un ex compañero desaparecido), pero también pone su laboratorio a disposición del muchacho para que lo ayude a llevar a cabo su más grande experimento: poder retornar las personas a la vida, una vez que se fueron para el otro mundo.
Hay amistad, hay compañerismo y buenos tratos, pero pronto sus ideas empiezan a chocar e Igor duda de las verdaderas intenciones de su “maestro”. Lo que al principio parece una técnica revolucionaria que podría ayudar a las personas, de repente se convierte en algo monstruoso y siniestro.
En esta ecuación hay que agregar al inspector Turpin (Andrew Scott), un detective obsesionado por atrapar a un ladrón de partes de cadáveres de animales, cuyas pistas pronto lo arriman a esta pareja de “científicos”. Las profundas creencias religiosas de Turpin jugarán un papel importante, así también como la relación amorosa que se establece entre Igor y una ex equilibrista del circo que parece entorpecer los avances del experimento, algo que no es del agrado de Victor.
Como ya se dijo, acá hay demasiados conflictos. La película se esfuerza por contarnos el punto de vista de Igor –un Daniel Radcliffe que pone toda la onda, pero sigue sin convencer en materia actoral-, pero pronto se descarrila y no sabe para donde ir. El Frankenstein de James McAvoy no se decide si es un sádico controlador o un tipo con traumas y buenas intenciones en el fondo y, en el medio, tenemos persecuciones policiales, chanchullos corporativos y un bromance que pasa del amor al odio más rápido que Anakin al Lado Oscuro.
“Victor Frankenstein” no deja de ser entretenida y desde la puesta en escena cautiva lo suficiente como para darle una oportunidad, pero como historia no convence y preferimos quedarnos con el clásico relato de ese Prometeo moderno en busca de una identidad.
Dirección: Paul McGuigan
Guión: Max Landis
Elenco: Daniel Radcliffe, James McAvoy, Jessica Brown Findlay, Bronson Webb, Daniel Mays, Andrew Scott, Callum Turner , Louise Brealey, Mark Gatiss.