En una época en la cual la reinvención de historias está de moda, el lugar que viene a ocupar Victor Frankenstein es uno muy concurrido. Los monstruos clásicos del cine han vuelto una y otra vez, contando la misma trama desde diferentes ópticas, y siempre bajo el refrán "La historia que nunca te contaron". La película de Paul McGuigan, entonces, es una nueva visión de la inmortal novela de Mary Shelley, esta vez contada desde los ojos de Igor. Sin trascender tanto como ella misma cree que lo hace, en el camino deja un par de elementos destacables para no hundirla por completo en el lodo.
El guión de Max Landis -su segunda película escrita en el año después de American Ultra- ofrece algún que otro cambio sustancial en la prosa de Shelley, y eso significa subir de nivel a Igor de secuaz a par de Victor, un ser defenestrado por la sociedad que guarda dentro de sí una inteligencia nata, que lo convierte en colega del doctor instantáneamente. Hay algún que otro intento de meter un romance para Igor con la trapecista Lorelei -Jessica Brown Findlay-, pero apenas se registra. Desde el guión, parece más que un detalle por no haber presencia de un rol femenino, pero lo cierto es que el romance es fagocitado por la amistad cercana de Igor y Victor. Tampoco el intenso detective religioso que persigue los crímenes de lesa humanidad de Victor tiene mucho peso, excepto el de empujar la trama hacia su nudo y desenlace. Todo acá tiene que ver con la relación de los protagonistas, y sus intentos en conjunto de crear vida allí donde no la hay.
La dirección de McGuigan, apoyada en el libreto de Landis, gira demasiado en torno al lavado de cara que le hizo Guy Ritchie a Sherlock Holmes, con mucho slow motion y demás detalles que generarán más de una comparación. Dejando de lado los aspectos técnicos, más que correctos para un film de época, el costado más sobresaliente de Victor Frankenstein es su dupla protagónica. James McAvoy se subió al caballo del científico loco y su actuación es tan agitada como una puerta mal cerrada en pleno huracán. Es una locura de papel, lo que le permite sobreactuar, gritar y salivar todo el tiempo, entregando líneas con un tono de voz que bordea lo exagerado, pero le funciona muy bien al marco de la película. Si ponemos al extravagante Frankenstein al lado del tímido y retraído Igor de Daniel Radcliffe, el bromance está servido y cada escena en la que participen los dos conforma el alma de la propuesta.
Victor Frankenstein es, en resumidas cuentas, un intento más fresco que otras contrapartidas de insuflarle vida nuevamente a la terrorífica novela que todos conocemos, pero detrás de sus protagonistas y bonita fachada no se esconde nada nuevo bajo el sol. Incluso la manera de cerrar la historia deja lugar a una pincelada más, un punto y aparte que podría prometer una secuela si le llega a ir bien en taquilla a estos nuevos orígenes. Entretiene, pero no genera emoción a futuro.