Monstruo creador
Cuando Mary Shelley imaginó la historia de Frankenstein, su obra se enmarcó dentro de una literatura progresista que supo capturar las mieles de los avances tecnológicos de la incipiente revolución industrial. En su metáfora del mito de Prometeo y en el regodeo de poder jugar a ser dioses a partir de la manipulación de piezas muertas para generar vida en donde ya no existía, Shelley también reflexionaba sobre el rol del hombre y su papel determinante dentro del mundo.
Victor Frankenstein (2015) captura algunas ideas de esa novela, que ya ha sido adaptada varias veces a la pantalla, para crear un discurso que desde la forma se plantea como diferente pero que en el fondo no hace otra cosa más que hablar nuevamente del inevitable castigo al hombre por jugar a ser “creador”. Paul McGuigan, con un guión de Max Landis, toma el mito de Frankenstein desde el hombre que llevó a cabo la tarea de construir, primero en solitario y luego acompañado de un complejo sistema por medio del cual supo ser Dios sin medir las consecuencias.
Victor Frankenstein (James McAvoy) avanza con sus proyectos hasta que conoce a Igor (Daniel Radcliffe), un fenómeno de circo en el que ve aptitudes para la ciencia y la medicina cuando éste logra salvar a una bella trapecista (Jessica Rose Brown-Findlay), de quien está enamorado en silencio, con tan sólo un reloj de bolsillo y sus manos. Juntos, Frankenstein e Igor, también irán profundizando en la idea de creación con la impronta filosófica, ética y moral que esconde jugar a ser Dios, pero Paul McGuigan rápidamente cambia el registro del film para empezar a narrar esta inclasificable historia más como policial que como el thriller gótico que originalmente supo ser.
La película aprovecha recursos y estrategias narrativas para dinamizar el relato con aceleramientos de la acción, trazos gráficos, y muchos efectos especiales, dotándola de una atmósfera hype que no termina de cuajar con el convencionalismo que luego termina apoderándose de la historia. La cruza de géneros (drama, romance, aventuras, acción) tampoco juega a favor del film, y el cambio rápido del punto de vista del narrador (por momentos con voz en off, por momentos omnisciente) termina por confundir el verdadero motor de la película.
Victor Frankenstein comienza con un racontto en el que Igor (bautizado así por Frankenstein luego de transformarlo) afirma los momentos que ya conocemos del clásico de Shelley, para luego inmiscuirse, o intentar hacerlo, en los pormenores que llevaron a la asociación entre Frankenstein y su ayudante a lograr armar, a pesar de los errores, aquel monstruo/hombre que posibilitaría volver a la vida a los seres muertos. Y justamente el problema del film radica en este último punto, porque cuando durante casi dos horas la narración dejó de lado eso e intentó construir con habilidad el mundo detrás de los protagonistas (detallando pormenorizadamente a los personajes), es como que dejara sin atar muchas cuestiones y de manera apresurada decida recordar qué estaba contando en el inicio.
El esfuerzo de Daniel Radcliffe y James McAvoy por llevar adelante esta inverosímil historia es muy grande, tan grande como aquel que deberá hacer el espectador ante semejante propuesta, una que empieza de una manera, soberbia, entretenida, graciosa, con una “forma” moderna, pero que luego vira varias veces de dirección sin terminar de determinar cuál es su real norte hacia el que debe dirigirse.