Victoria se toma el tren. La vemos viajar parada. De no ser porque está en foco, pasaría por completo inadvertida en la multitud. Luego se sube a un colectivo y la observamos viajar ahí también. Vemos que toca el timbre y se baja. Todo lo común y normal que una persona puede ser. Llega a una casa y se anuncia. Espera. Entra y no es una casa: es una sala de ensayos. Saluda a un par de personas y se sienta en una silla. Fuera de campo se escuchan instrumentos afinándose. Y por fin canta. Por fin Victoria hace eso que la diferencia del resto. Porque viajar en colectivo o en tren lo hacemos todos. Ahora, cantar así no. Sólo ella.
Así comienza Victoria, lo nuevo de Juan Villegas (Ocio, 2010; Los Suicidas, 2005; Sábado, 2001). Un documental que se propone mostrarnos la vida de esta maravillosa cantante de tango, Victoria Morán. Y la muestra en todas las facetas posibles: vocalista, profesora, madre, ama de casa. Todo lo que Victoria interpreta se vuelve hermoso. Todo lo común que puede tener una cena con amigos se transforma en el más precioso recital a capela jamás dado.
Una reunión con su padre (eximio guitarrista de tango) se transforma en un compendio de clásicos de la música popular argentina. Victoria canta como cantaban el tango antes. Una voz prístina pero con un matiz de ronquera mínimo que le da un toque de roña y hace todo más lindo. Más verdadero. El arte más puro puede estar en un patio de verano, con vino y “pelopincho”. El dúo conformado por Victoria y su padre es único, mucho mejor que las sesiones de estudio.
Constantemente el documental insiste en contraponer lo mundano (una conversación telefónica con alguien acerca de problemas con los plomeros o las compras en el supermercado) con el inmenso caudal artístico que Victoria tiene en su interior. Es ahí (y sólo ahí) donde la película, la historia, se diluye un poco. Victoria es un documental netamente contemplativo, en donde el director sólo quiso mostrar al personaje en diferentes situaciones, sin voz en off (lo cual se agradece) ni ningún otro recurso al que el género suele recurrir. Esas salidas a buscar a su hija al colegio o el recorrido hasta el supermercado hacen que se pierda un poco el eje pero, aun así, no deja de reforzar la idea -constante durante todo el metraje- de la dualidad. De cómo una persona común, que a simple vista no se destaca del resto, puede tener el enorme talento de hacer emocionar al otro con su voz.