Si se pudiesen elegir dos planos fílmicos para aproximar a una idea de lo que es estéticamente este primer documental del argentino Juan Villegas, estos serían los dos en los que Victoria canta “Adios felicidad”: en el primero en un plano general la cantante está de espaldas, en el segundo, casi hacia el final también de espaldas, pero en un primer plano de su cabeza con cabello recogido y los auriculares.
En ambos, hay un retaceo a la vez que una invitación, la preciosa canción de Francisco Céspedes popularizada por Omara Portuondo, tiene la melancolía de las canciones antiguas. La voz de Victoria Morán tambien. De todos los artistas que se empeñan en vivir de lo que hacen, el film de Villegas la elige a ella. No triunfa, no es siquiera conocida fuera del circuito de los bares o algunas peñas. Victoria, como esos artistas cuyo dilema es cómo ser artista en un mundo donde la canción o la obra de arte es mercancía, pero tambien ser madre, hija, mujer del barrio que hace sus compras o da clases de canto como forma de vida, o cantar en los geriátricos a la vez que realizar un disco por fuera del circuito discográfico. Para ella, la gran pregunta es que cómo acceder al publico, cómo hacer que vayan más de cuatro personas a escucharla.
El retaceo de Villegas se traslada también a ese seguimiento de una cámara que prefiere encuadrar lo mínimo y necesario, trabajar con el fragmento, con objetos que se interponen y no nos dejan ver con precisión (el juego de magia de la hija), apelar al sentido del fuera de campo, someter sus tiempos a elipsis enmarcadas en los tiempos cotidianos: armar un postre, llevar a su hija a la escuela o poner música a una letra imposible. Victoria arma su vida como ese momento en la cocina: a ojo, sacando, aunque la receta imponga reglas, los ingredientes que no gustan.
No hay conformismo ni malestar en ese modo de vida. Lo que parece importante, sí, en el centro de esa vida que es la de Victoria, es la descripción de algo de lo que quizás sea posible retener. Como en “Adios felicidad”. Villegas, proveniente de la crítica, realizador de Sábado, Los Suicidas y Ocio hace lo mismo: su observación no violenta, sino que describe con sutilezas, y aunque el tema parezca pequeño, lo pequeño se convierte en lo maravilloso.