Un espejo delante y detrás de cámara
Nadie se imagina detrás de este film sencillo, pequeño y pausado, el sobredimensionamiento de una realización siquiera media: Victoria es de esos documentales donde la identificación entre película y personaje se extiende al modo de producción.
La mujer, dueña del aspecto más común del mundo y armada de una carpetita, toma el tren, después un colectivo y finalmente llega a un estudio de grabación instalado en una casa, en un barrio de extramuros, tan típico como ése en el que ella vive. En el estudio escucha la sesión previa, en la que su voz luce una despojada sencillez, intensidad medida, una austeridad renuente a todo exceso melodramático. La cámara la filma como ella es o se muestra. Identificación entre película y personaje que, puede suponerse, se extiende también al modo de producción. Nadie se imagina, detrás de este film sencillo, pequeño y pausado, los apuros, histerias y sobreequipamiento de una producción siquiera media: Victoria es de esos documentales en los que si el director no hace todo, poco menos. Hasta es posible que para llegar al rodaje tome el mismo tren, el mismo colectivo que Victoria Morán, semidesconocida cantora nacional y una de las mejores del rubro, sin duda. Tan poco conocida masivamente, tan silenciosamente dedicada a lo suyo, como Juan Villegas, director de Sábado (2001) y Los suicidas (2005), codirector de Ocio (2010), que con éste consuma su primer documental.“Mi sueño es tener un restorán donde se canten tangos, terminar de cocinar y subir al escenario”, dice Victoria Morán, nacida en 1977 y revelada 19 años más tarde, cuando ganó el primer premio del primer concurso de tangos al que se presentó. Ama de casa, profesora de canto y cantante, en Victoria se la ve repartirse –siempre a un ritmo que no sabe de vértigos ni estridencias– entre las tres esferas de su vida. Victoria hace las compras, saluda al par de cuzquitos cuando llega a casa, se ocupa de la comida junto a la señora que la ayuda, va al estudio a grabar su segundo disco y entre una cosa y otra registra un par de letras en Sadaic, participa de alguna “jam” casera o concierta fechas para una próxima presentación.“Lo que estás diciendo es que ella se fue, que el día de mañana se encontrarán en el cielo”, indica a un alumno, en una de sus clases. “¿Tiene sentido decir eso gritando?” Pregunta que hubiera sido oportunísima en tiempos de Grandes valores del tango. Morán no interpreta “una que sepamos todos”. Como su mentora, Nelly Omar –a quien admiró desde que oyó por primera vez, a los catorce años– no canta aquello que vende sino lo que quiere cantar: los tangos “En el cielo” o “Tu pálida voz”, la canción “Adiós, felicidad”, algún valsecito criollo, un par de temas propios, el sublime “Manoblanca”. Canta sentido, sin espectacularidades de ocasión, echando mano del repertorio de los 30 y 40, al que le saca el jugo más allá de lo trajinado. El acompañamiento de Morán no es complicado: un piano, una guitarra española, y eso es todo. Documental de observación, Victoria la sigue en su actividad cotidiana, generalmente en planos medios, lo más sostenidos que sea posible. Ningún off, ninguna declaración a cámara, ninguna búsqueda de efecto.El enfoque observacional, seco y clásico, recuerda a las secuencias más documentalistas de Réimon, de Rodrigo Moreno. Ésas en que la cámara sigue a la protagonista, desde la vereda de enfrente, cuando va de su casa al trabajo. “Tenés que abrir más la boca cuando cantás”, cuenta Morán que le señaló Nelly Omar cuando la conoció, un año antes de morir. “No puedo, desde chica tengo un problema que me dificulta articular la mandíbula”, le explicó su discípula. “A veces una se cansa”, le confiesa a un colega que sabe lo que cuesta autoproducirse. Se la puede escuchar en YouTube, donde tiene página propia. Victoria no se estrena en ningún complejo, ningún shopping, sino en el Malba y el Centro Cultural San Martín. La produce el propio Villegas, con ex estudiantes de la FUC en los rubros técnicos. Cine en espejo, entre el delante y el detrás de cámara.