En su apertura se precisa que ésta producción está basada en hechos reales, situación que el mismo texto termina por poner en duda cuando se aproxima, irremediablemente y gracias a la inclemencia de su duración, a la palabra fin lo cual demuestra una total desprolijidad y la hebra, desde la intencionalidad discursiva, con la que se llevo acabo.
La película se centra en la milagrosa relación derivada en amistad, (casi implantándose como un amor platónico) que la soberana británica constituyó al final de su reinado con un personaje indio, musulmán, de tez morena. Un siervo de la corona trasladado a Gran Bretaña para participar en el año del Jubileo de la reina. Relación de la que nada se sabía hasta los diarios que Abdul, fallecido en la década del ‘20, totalmente desquiciado mentalmente, parece haber escrito y que salieron a la luz en el 2010.
Un vínculo del cual no hay el más mínimo indicio ni registro en los espacios de la corte, ni en los textos de la época en la que transcurre.
La idea que se establece a posterioridad del filme es una crítica al tan mentado Brexit. Al mismo tiempo, y de manera muy obvia, la nada sutil denuncia sobre la actitud de soberbia de una corte y clase gobernante, todavía xenófoba.
La historia se muestra por momentos más no creíbles que inverosímiles y es redundante en la idea de una reina que revoluciona su medio con actitud infantil antes que progresista, dando por tierra (o quebrando) los protocolos reales a los que los ingleses son tan adeptos.
La realización es un prodigio en tanto diseño de producción, la dirección de arte es impecable, tanto desde la recreación de época, como el vestuario, y la más que correcta fotografía, bien mostrada desde el montaje que transpira corrección.
El problema es que la película intenta sostenerse en una formula remanida en tanto la idea de un amor imposible, entre clases sociales tan distantes como la Gran Bretaña de fines de siglo XIX, y la de la India antes de Mahatma Gandhi.
Para ello (el guion) intenta equiparar los personajes con el recurso de la sabiduría de uno que no es tomado en cuenta, articulando una pseudo filosofía oriental, o musulmana, de la cual la reina es mostrada como una total ignorante. Personajes arquetípicos, estereotipados, van a un desarrollo lineal e insulso de una historia sin demasiado conflicto que deriva en un desarrollo progresivo del texto.
Stephen Frears, quien parece haber perdido el pulso para establecer una conexión directa entre la comedia dramática y una idea directriz en tanto denuncia, se apoya en la maravillosa Judi Dench, que con su sola presencia puede sostener, desde la seducción que establece con el espectador, el peor de lo relatos. Ello no implica que pueda revalorizarse la producción, sólo que en este caso se torna definitivamente previsible, melosa, edulcorada, casi mitómana e insoportable.
En definitiva estamos en presencia de una obra cinematográfica netamente de formula. De estructura narrativa clásica, con envoltura de lujo, (incluido el actor hindú, todo un paquete), pero con ausencia total de un eje dramático, o verosímil, que pueda poblar al relato de alguna fuerza narrativa. No aburre por la previsibilidad sino por la inconsistencia y desinterés de lo narrado.