Alá salve a la reina
No es la primera vez que Stephen Frears trabaja con la realeza en una de sus películas. Tampoco es la primera vez que le toca dirigir a una de las mejores actrices de Inglaterra, para configurar un relato histórico que escape de los lugares comunes de las biopics más tradicionales (música sentimental, planos cerrados, algunos travellings, etc.).
En La Reina (The Queen, 2006), Helen Mirren, componía a una Isabel II pendiente del entorno, de la gente y de todo aquello que podía hacerla trastabillar en sus deseos y convicciones tras la muerte de Lady Di. Allí Mirren jugaba todo el tiempo con los límites de llevar su personaje al borde del ridículo, y en ese exponerse aparecía un verosímil mucho más sólido.
En Victoria y Abdul (Victoria & Abdul), con la entrañable amistad entre la reina (Judi Dench) y un emisario hindú (Ali Fazal) pasa algo similar desde la corporeidad de la Reina en una trama principal que no por predecible deja de ser efectiva.
En momentos en los que el cine industrial apela al pasado para seguir construyendo historias atrapantes, el guion de Lee Hall (Billy Elliot, Caballo de guerra), permite desde la sólida presentación de los protagonistas, desandar con alegría los pormenores de un vínculo que fue rechazado en su momento.
La historia comienza cuando a Abdul le proponen viajar de India, más precisamente desde Agar a Inglaterra para entregar una moneda simbólica, es convocado por Victoria como su asistente personal. El guion trabaja en paralelo con dos mundos, aparentemente, opuestos, el de la máxima figura en el trono con el recién llegado y sus anécdotas, mientras que por otro lado se presenta el incipiente complot entre los funcionarios reales ante el avance del hindú sobre la mujer.
En comparación a realizaciones anteriores, Stephen Frears envuelve a los personajes con su cámara, los deja actuar y representar a su manera, mientras registra todo aquello que la reconstrucción de época (por cierto, muy buena) le permita jugar con los límites del realismo. En vez de cámara expectante, hay un lente activo, que desanda los pasos de los protagonistas en cada rincón del palacio real y más allá, en donde ya ni siquiera se pueda distinguir entre ficción y documental.
Es que si bien Victoria y Abdul es una ficción, la lograda representación de esa reina con obesidad mórbida, y su obsesión por la comida y el sueño, que vuelve a vivir a partir de aspiraciones que la otredad le impregna, le inculca y le dispara, los límites se confunden al construir, por momentos, un registro casi vívido de aquello que muestra. Un viaje al pasado para seguir analizando aquello que como sociedad ha forjado, pero también para redescubrir que en la diferencia está la clave de los cimientos de una nación.