Justine Triet que había sorprendido con su ópera prima, “La batalla de Solferino” (“La bataille de Solferino”, 2012), en la cual contaba las tribulaciones de una periodista en plena vorágine de su trabajo: cubrir las elecciones francesas del 2012, que le dieron el triunfo a Hollande, mientras lidiaba con su ex marido que la asediaba empeñado en ver a sus hijas.
Casi con la misma fórmula Justine Triet se ocupa en esta oportunidad de una abogada desbordada por sus obligaciones profesionales, angustiada por su caótica vida privada, su maternidad puesta en riesgo, y sus amores que no pasan de una noche.
Lo interesante de ésta realizadora es el modo de abordar lo que se llama “screwball comedy” (comedia excéntrica), que está más cerca del cine hollywoodense que del europeo, con ciertos guiños a Woody Allen al exponer neuras y flaquezas de la protagonista. Éstas la obligan a buscar ayuda terapéutica en dos direcciones, una psicoanalítica, y otra más mágica, a través de una tarotista.
El mundo anárquico en el cual se encierra Victoria la obliga a luchar en varios frentes: primero en el profesional porque debe ganar dinero para mantener a sus hijas; segundo en el privado porque tiene luchar contra su exmarido que publicó un blog con todos los amantes que habían pasado por su vida y, tercero en el de su propia orfandad afectiva, porque desesperadamente necesita alguien a quien amar.
Los personajes femeninos están muy bien construidos, no así los masculinos, no poseen la fuerza necesaria para oponerse a la arrolladora personalidad de Victoria. Con esa alteralidad de fuerzas la estructura del filme es un tanto endeble y el desequilibrio es evidente. Por otra parte “Victoria y el sexo” se sostiene a partir del desquiciamiento del personaje, y por escenas tan absurdas como la de hacer testificar en un juicio a un simio que está interesado en hacer selfes, y a un dálmata que ataca a quien se acerque a su dueña. Si se quería insistir en el absurdo de la sociedad actual existe otro tipo de metáforas que hubieran podido dar al filme un rasgo menos grotesco.
La actriz belga Virginie Efira ('Elle') es la protagonista ideal para encarnar a éste personaje ideado por Justine Trie, que ofrece el retrato de una mujer que siempre está al borde de un colapso o un orgasmo, mientras utiliza cualquier medio para llevarnos a un lugar conocido, que por momentos recuerda esas comedias clásicas que tenían cierto sabor amargo interpretadas por Katharine Hepburn, Cary Grant, Grace Kelly o Claudette Colbert.
Justine Trie no presenta un tipo de personaje a lo “Norma Rae” (1979), o a lo “Erin Brockovich” (2000) para luchar contra el sistema, en realidad la lucha de ella es consigo misma. La realizadora la presenta como un personaje falible y humano, torpe, hambriento de amor y frustrado. Luego enfoca la salvación potencial de Victoria en Sam (Vincent Lacaste, “Diario de una camarera” –“Journal d’une femme de chambre”-, 2015), quince años menor que ella, pero lo que desarrolla en ese encuentro es un cliché ya conocido.
“Victoria y el Sexo” es una ingeniosa comedia romántica, fresca, natural, pero el afán de su directora de romper remanidos esquemas deja a medio camino una realización que posee diálogos inteligentes, divertidos, e incisivos. Es una producción qué, si se la observa desde otro ángulo, resulta ácidamente satírica con respecto a la supuesta libertad y empoderamiento femenino, pero a pesar de esto en él se atisba una mirada tierna hacia esos personajes tan desangelados.