La directora de “La batalla de Solferino” vuelve con otro filme que mezcla drama y comedia absurda para retratar la vida de una abogada cuya seguridad profesional empieza a resquebrajarse a partir de aceptar un caso problemático, complicando todos los demás aspectos de su vida. Una película curiosa y original, con un excelente personaje central, lleno de contradicciones y ambigüedades.
En el libro “Selección Oficial”, en el que el director artístico del Festival de Cannes cuenta, en forma de diario, un año en su vida y los preparativos para la edición 2016 del evento, este filme aparece varias veces nombrado. En algún momento, cuenta Thierry Frémaux, su comité de selección estaba interesado en esta película para la competencia pero como debía esperar a ver las otras películas francesas antes de poder invitarla, la cedió para que sea programada en la sección paralela la Semana de la Crítica, que también estaba interesada. Las idas y vueltas de VICTORIA Y EL SEXO (curioso cambio de título internacional para una película que se llama, en el original, simplemente VICTORIA) en Cannes son más ricas y complejas pero lo cierto es que el filme de Justine Triet funcionó muy bien no solo en esa sección del festival sino comercialmente.
Esta “historia” es importante, al menos para mí, a la hora de entender cómo los recorridos festivaleros pueden marcar, para bien o para mal, una película. Estoy casi seguro que de haber entrado en la competencia oficial, la película de la directora de la excelente LA BATALLA DE SOLFERINO no habría salido tan bien parada y eso, quizás, podría haber afectado su posterior carrera comercial. Es que es una película pequeña, frágil, delicada, de un humor extraño que se cruza con el drama y el absurdo en los momentos menos esperados pero que no está hecha con la pretensión más autoral de, digamos, un Arnaud Desplechin, otro cineasta que tira todos los ingredientes de su cocina en cada preparación. No. Triet hace una comedia dramática, que es un poco romántica y que tiene algo de película de abogados, en medio de una situación en la que se cruzan acosadores sexuales, monos, perros, drogas, ataques de pánico, terapia, niños, niñeros, ex maridos, blogueros invasivos y encuentros sexuales online. Y, pese o a partir de todo eso, trata de conectar más directamente con el público.
Ese cambalache que la película parece en los papeles se confirma cuando uno la empieza a ver. Victoria es una abogada exitosa y muy eficiente en su trabajo que se mete en una suerte de espiral decadente cuando decide defender a un amigo suyo que ha sido acusado por su pareja de haberle clavado un cuchillo en medio de una fiesta en la que ella estaba presente. El dice que no lo hizo, pero su personalidad y su historial dan a entender que bien podría haberlo hecho. Ella no debería defenderlo por conflictos de intereses –también es amiga de la acusadora–, pero él le insiste y la convence.
En paralelo Victoria se analiza, lidia con un ex marido que escribe en un blog posteos literarios que están muy claramente basados en su vida con ella (y que revelan cosas privadas que pueden complicarle su carrera en la Justicia), tiene una extraña vida sexual que consiste en coordinados encuentros con hombres con los que tiene relaciones que no parecen movilizarla en lo más mínimo y, por último, algo que se irá volviendo más importante con el correr de los minutos: un ex cliente suyo ahora quiere ser su asistente y niñero metiéndose en su vida de una manera, para ella, difícil de asimilar.
El título del filme es tramposo ya que la vida sexual de Victoria es casi lo menos importante de la película. El eje, en realidad, está en el progresivo deterioro de la protagonista (encarnada por Virginie Efira, actriz con un cierto parecido a Britney Spears), que empieza a perder su eje y su confianza a partir de las raras situaciones que atraviesa, incluyendo una suspensión laboral, el destrozo de su oficina y su relación con su problemático cliente (Melvil Poupaud), cuya forma de actuar –misógina, presumida, pedante, agresiva– lo transformaría en un paria en estos tiempos de acusaciones de abusos físicos y emocionales.
Lo rico de la película es que nada es blanco ni negro en la historia. Victoria es muy segura en algunos ámbitos de su vida (el profesional), pero pésima en sus relaciones personales y al menos discutible como madre. Un día todo se le da vuelta y esa misma lógica cambia. Lo mismo pasa con su asistente/admirador, que pinta para stalker y luego revela ser de los personajes más sanos de la historia. Y similar situación es la de muchos otros que la rodean, a excepción del ex marido, el único claramente caricaturizado como un pseudo intelectual presumido y bastante idiota.
EN LA CAMA CON VICTORIA tiene momentos humorísticos cuando uno menos se lo espera (un perro y un simio cumplirán curiosos roles como “testigos” en el juicio contra el marido supuestamente violento, por ejemplo) y los combina con situaciones dramáticas y románticas casi al mismo tiempo. Esto, que por momentos puede generar algún tipo de confusión tonal –uno no tiene claro qué película está viendo hasta que de a poco se va perfilando como un retrato de la protagonista con todas sus incertidumbres, miedos y contradicciones– a la larga enriquece un filme que puede ser visto como una versión afrancesada de una comedia romántica, una en la que se busca el mismo resultado que en las clásicas norteamericanas pero mediante vías muy diferentes.
Solo la forma en la que Triet trata la sexualidad de la protagonista y cómo ella acepta y tolera la de su cliente (que enfrenta a su propia mujer y a otras que dicen haber sido abusadas por él) sería impensado en Hollywood. Especialmente ahora. En Francia, por suerte, todavía quedan resquicios para entender que las relaciones humanas incluyen por lo general un alto grado de ambigüedad, confusión, errores y arrepentimientos. No todo es blanco ni negro. Ni en el sexo ni en la vida.