Una noche extrema en Berlín
El título de la película es aplicable al experimento del director, cuya historia sobrevive en (y por) la técnica.
Si usted quiere saber cuáles son los pro y los contra de un plano secuencia llevado al extremo, Victoria, la película del alemán Sebastian Schipper es el experimento que tiene que ver. Una sola toma de dos horas y veinte minutos que no corta nunca, que tiene ritmo, una historia, intriga y personajes desarrollados. Todo esto, claro está, con las limitaciones del recurso elegido por el director. ¿Sólo un alemán lo puede hacer? ¿Era necesario? ¿Qué suma y qué resta?
La película arranca a puro ritmo, en un boliche subterráneo de Berlín, con la protagonista buscando compañía, un vodka pedido en inglés, miradas, insinuaciones leves y mucho cuerpo agitado. Victoria (Laia Costa) es española, y cuando está por abandonar la juerga solita y en su bicicleta, entabla un vínculo con Sonne y sus tres amigos (endeble y misterioso por la naturaleza de la construcción narrativa) , un grupo simpático pero oscuro, la punta de un relato que veremos desovillar hasta sus últimas consecuencias.
Obra de arte, experimento, ¿pero también buena película? La noche, el suburbio berlinés, la historia del flirteo entre dos cuerpos ansiosos no se queda quieta nunca, apenas para un solo de piano diabólico, o un cerveza en la terraza. Intrigantes, bebedores, adictos, los protagonistas visitan y activan una veintena de locaciones en un thriller alucinador. Amparado en el vértigo de la filmación, Schipper transmite en tiempo real una sucesión de hechos que llaman a compartir una experiencia surrealista, enganchados todos a esa toma interminable, como los planos de la película.
Las limitaciones de la historia están en la dificultad para armonizar diálogos, construir personajes sólidos y acciones reales, igualmente hay pasión, amor, pasado, sangre, robos y muerte. Exacerbación de medios para justificar un fin.