Victoria

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Extraños en el limbo.

La falta de oportunidades laborales, la explotación y la delincuencia se relacionan y se funden agitadamente en la nueva película del director alemán Sebastian Schipper (Ein Freund von mir, 2006; Absolute Giganten, 1999) para crear más que un film, una ola que sacude al espectador de su marasmo. En un extraordinario plano secuencia con cámara en mano, el director construye la historia de una joven pianista madrileña que trabaja en una cafetería en Berlín. Victoria (Laia Costa) conoce a la salida de un boliche a un alborozado grupo de jóvenes alemanes que la convencen de acompañarlos en su recorrido nocturno por la agitada noche de la ciudad.

A medida que la jornada avanza, los problemas comienzan y la pandilla pone en peligro a la joven sin pretenderlo. Lo que parece el encuentro de una pareja o el comienzo de una amistad se torna una pesadilla alucinatoria cuando todo escapa al control de los desesperanzados jóvenes. La acción de Victoria contiene una premura precipitada que se lleva a todos los personajes por delante y le ofrece al espectador la sensación de estar viviendo una noche junto a la salvaje pandilla. La arriesgada elección del plano secuencia con cámara en mano genera la atmosfera precisa de celeridad que el guión de Olivia Neergaard-Holm, Sebastian Schipper y Eike Frederik Schulz demanda para retratar la angustia existencial de los jóvenes europeos a través de su devenir nocturno sin destino.

A fines de la década del setenta o en los noventa, Victoria hubiera sido un manifiesto punk, pero hoy el opus funciona como una exposición de los principios del cinismo de una juventud derrotada, sin ninguna perspectiva. Los maravillosos primeros planos, trabajados por la exquisita fotografía de Sturla Brandth Grøvlen, generan una sensación de angustia por el anhelo de algún tipo de expectativa ante la vida. De la vetusta nostalgia de tiempos pasados no queda nada en el devenir juvenil europeo de nuestros días, y solo vemos la búsqueda infatigable de un presente constante de efímeros momentos de placer, que se desvanecen como un espejismo o una pesadilla de la que es imposible despertar.

Victoria se hace un lugar, de esta manera, entre las mejores obras del descreimiento trágico de todas las instituciones a través de la maravillosa y desasosegada representación del derrotero de los jóvenes de la comunidad europea. Las actuaciones son deslumbrantes y se destaca, por su belleza estética, la escena de la pareja disfrutando de la compleja pieza de piano interpretada por Victoria, que además funciona como la culminación de la extraordinaria banda de sonido de Nils Frahm, en la que participan la chelista Anne Müller, el violinista Viktor Orri Árnason, el compositor ambiental Erik K. Skodvin y el DJ Koze.

La multiculturalidad alemana otra vez da muestras de grandes resultados a nivel artístico al permitirnos experimentar la órbita que recorren los resabios de la cultura de la rebeldía, que de vez en cuanto da destellos de luz que rápidamente se apagan. Queda claro que aún hay brasas encendidas entre las cenizas.