Videocracy

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Una visita al increíble mundo de Silvio

Aunque no revela nada que no se suponga ya sobre el berlusconismo, impacta verlo en los detalles más escabrosos.

Pequeño ensayo documental sobre la simbiosis entre berlusconismo y televisión, puede que Videocracy no revele nada nuevo. Por su propia naturaleza hipermediática, todo el mundo tiene una idea aproximada de lo que es Berluscolandia. Lo que Videocracy permite –de modo fragmentario e inconclusivo, sin aspiraciones de totalidad o sistema– es en tal caso dar imágenes, un cuerpo si se quiere, a aquellas ideas previas. Vaya si esas imágenes son efectivas: se sale de verlas como en los años ’70 se salía de Calígula –un emperador y una película con la que el actual primer ministro italiano y este documental tienen tanto que ver–: con el estómago dado vuelta. La diferencia es que la televisión de Berlusconi no tendría problemas en pasar la película de Tinto Brass (el mismo feísmo, el mismo efectismo), pero difícilmente ésta, que la muestra tal como es.

“La vida puede ser maravillosa, como en mis canales de televisión”, dice Il Primo Ministro sobre imágenes de conductores riéndose a gritos, chicas semidesnudas, avivadores de aplausos, público-decorado. Exhibido en los festivales de Venecia y Toronto, el documental del bergamasco Erik Gandini muestra las continuidades entre la vida privada de Berlusconi (que en su caso es pública), sus canales (los privados, de la cadena Megaset, y los públicos, de la RAI) y el sistema político que el presidente del Milan impuso desde los ’90. En las tres áreas, lo mismo: enormes sonrisas, un modelo de éxito digno de ser emulado, un Olimpo romano al cual aspirar. Radicado en Suecia (la película no contó con capitales italianos para su rodaje), Gandini entra a ese mundo siguiendo los pasos de Ricky, un chico que quiere ser ídolo de televisión; Fabio, director de cámaras de la versión italiana de Gran Hermano; una fotógrafa de sociedad llamada Marella y el personaje más alucinante de todos, Fabrizio Corona, que trabaja de extorsionador. El culto a la imagen emparienta a los cuatro. Incluido Corona, que llegó a estar preso por el delito de extorsión y que les saca fotos a los famosos... para vendérselas a ellos mismos.

Viviendo a los treinta y pico en casa de la mamma (que lo acusa en cámara de no tener novia y no sabe qué decir cuando él deschava que se le aparece en cada cita), a Ricky le gusta bailar y le gustan las artes marciales. Van Damme + Ricky Martin (de allí el nombre) es la fórmula que el muchacho aspira a imponer, si es que algún día logra pasar alguna prueba. Por el momento “trabaja” de público, sospechando que quizá nunca llegue a concretar su sueño. Fabio explica que cuando el ministro va a hablar en cadena hay que terminar los programas antes de horario, cuestión de no dar tiempo a que la gente haga zapping. Marella muestra fotos de las fiestas de Villa Esmeralda –incluyendo a un Berlusconi con look alla Frank Nitti– y cuenta que la villa del primer ministro incluye un volcán, con llamas a control remoto. “El acciona su volcán”, dice la señora de labios colagenados, “y después vienen los bomberos”.

Suerte de Maquiavelo del chantaje, Corona parecería ser, de todos estos personajes, el único capaz de ver más allá. “Quiero lograr inmunidad parlamentaria, que es lo que permite cometer crímenes sin ir a la cárcel”, confiesa, tras salir de prisión. “Durante los ocho meses que estuve adentro, planifiqué todo lo que iba a hacer cuando saliera: publicar un libro, editar un disco, fabricar remeras con mi nombre y filmar una película con mi historia.” Y allí se lo ve a Fabrizio más exitoso que nunca, pasando de un set a otro, vivado por la gente tras ser condenado por un crimen: igualito a Travis Bickle en Taxi Driver. ¿Y qué decir de Lele Mora, el relacionista público y amigo personal de Berlusconi, convencido no sólo de que Silvio es un gran líder, sino de que Mu-ssolini era (sic) “una hermosa persona”? El mismo Lele, de aspecto sonriente y bonachón, que tiene grabadas Camisa negra y otros himnos fascistas en su iPod. Es posible que con todas esas piezas –el aspirante, el público, la mamma, los gritos, las chicas, los sets, las cámaras, los traficantes de influencias, los extorsionistas, los nostálgicos del fascio– pueda armarse un rompecabezas, que termine teniendo el rostro tirante del primer ministro. “Menos mal que está Silvio”, cantan las actrices que, en un spot de campaña de su partido, hacen de amas de casa, de profesionales, de mujeres modernas.