¿Un mundo feliz?
Documental sobre la totalitaria frivolidad impuesta por la televisión.
En Videocracy , el realizador Erik Gandini, que nació en Italia y a los 19 años se radicó en Suecia (el dato no es menor), construye un extraordinario retrato de época y tal vez del capitalismo más salvaje. No desde una película solemne, cínica o groseramente política, aunque sus connotaciones lo sean, sino desde documental divertido, aparentemente naif, que provoca -en principio- mucha más risa y asombro que indignación. Lo mismo que nos ocurre al ver un megashow televisivo. Hasta que, desde la perspectiva del tiempo, la distancia o, tampoco lo desechemos, la reflexión, uno se pregunta si los comportamientos sociales no tendrán ese grado de frivolidad, embrutecimiento, masificación, anestesia y vacío. Y además: si ese vacío no será fomentado con fines comerciales y políticos.
A través de personajes que parecen satíricos, construidos por un guionista aficionado a los lugares comunes, Videocracy nos muestra -usando las mismas técnicas de un reality- un mundo que ha perdido la subjetividad -esto es: lo que pensamos, lo que deseamos, lo que creemos que es importante y lo que no- bajo el influjo de la televisión, en este caso dominada por el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. ¿Refleja la TV lo que piensa “la gente”, como sostienen los defensores del mercado? ¿O “la gente” es cautiva de un discurso que forma mansos consumidores? El planteo de Gandini, como el de Aldous Huxley en Un mundo feliz , es que estamos frente a un dulce autoritarismo, mediático, mucho más eficaz y penetrante que el de las armas y el miedo.
Lo dicho: los personajes de Videocracy son extraordinarios y, a la vez, parecen autoparódicos. Que se hayan prestado a mostrar (¿a interpretar?) lo peor de sí en este filme es sintomático. Lele Mora, un agente televisivo millonario, amigo de Berlusconi, que vive en una “casa blanca” (mansión, en realidad) y viste de blanco y crea estrellas de TV, mientras hace escuchar con orgullo marchas fascistas de su agenda electrónica. Fabrizio Corona, capo de paparazzi que fotografían a famosos para extorsionarlos: una suerte de Pacino en Scarface , con toques de un mediático autóctono de mucha fama, narcisismo, músculos y dinero, y nada de talento. Y Ricky, obrero de la construcción que sueña con alcanzar el edén de las celebridades sin atributos, mezclando los estilos de Van Damme y de Ricky Martin.
En la punta de la pirámide, Berlusconi: con su carismática sonrisa gardeliana, su eficaz implante capilar (en esto sí superó a un ex presidente argentino), su egolatría paternalista, su poder político, económico y mediático, su exaltación del sibaritismo (propio) sin límites. En la Argentina, conocemos la adoración que provoca este tipo de personalidades: el sueño de vivir sus vidas, de parecerse a ellos. La supresión de la ideología propia y el embeleso con una imagen, con una vida que es y será para pocos.
Gandini trabaja, con sutil y gracioso minimalismo, también el tema de la mujer como objeto (el tráfico, de un modo u otro, de sus cuerpos) y la exaltación del rol materno. Nada de lo que se muestra en este filme es ajeno para un argentino. Por eso es muy recomendable ver(se en) este documental: reírse, pensarse y, por qué no, empezar a cuestionarse.
LA FICHA