Pizza con Champagne
Yo no creo en las casualidades. Las películas no se estrenan porque sí en cierta época del año, en cierto momento político. Y sí, el estreno “comercial” de Videocracia responde directamente a un acontecimiento que se está viviendo nuevamente en el país: no, no hablo de la Navidad, ni los cortes de ruta, ocupaciones de terrenos, etc. No, hablo del regreso de “Gran Hermano”.
Los medios y la realidad política siempre están relacionados, y para que la gente no “vea” esa realidad surgen los programas, que lo único que intentan capturar es la apariencia: los cuerpos, las cirugías estéticas y el aceite que chorrea de los mismos como si fuera una película de Michael Bay.
De eso se trata la televisión argentina: la “tinellización” contra “gran hermano”. Quien la tiene más grande.
En Italia pasa algo parecido, la única diferencia es que este enfrentamiento lo mediatiza, maneja, manipula la misma persona: Silvio Berlusconi, el presidente de TODA la televisión y Primer Ministro Italiano desde hace ya varios años.
Videocracia es un documental hecho en el exilio. Es la única manera que tuvo su realizador para poder terminarlo, imagino. No se trata de un trabajo histórico, sino de una reflexión acerca de la fama, la fortuna, el cirq du freak, y la trampa mediática.
Para llegar al Tutti Cappo, Gandini comienza su travesía mostrándonos a Ricky, un aspirante a estrella televisiva, cruza entre Van Damme y Ricky Martin. Lo que sueña es participar en un programa tipo “Gran Hermano” o “Talento Italiano”. Esta búsqueda de los 15 minutos de fama con los que sueña Ricky, llevan al realizador a investigar como se maneja el negocio televisivo, que busca el espectador italiano o mejor dicho, que o quiénes lo obligan a ver solamente cuerpos “atractivos”.
Así, llegamos con Lele Mora, representante televisivo multimillonario, amigo del Primer Ministro y fascista confeso. El viaje termina mostrándonos las dos caras de la relación política – fama: por un lado, el perfil mediático de Berlusconi y por otro, el paparazzi extorsionador de artistas, Fabrizio Corona, que termina convirtiéndose en otra figura mediática.
La película de Gandini va a provocar en el espectador argentino una no casual identificación: Italia es casi un reflejo de nuestro país. Allá como acá solo nos importa ver fútbol, los culos y las tetas en televisión. Por otro lado, la festiva vida de Berlusconi no podría ser menos diferente a la que tenía cierto ex presidente riojano en los tiempos de la pizza con champagne.
Sin embargo, más allá de esto, y de que la finalidad de Gandini no es otra que mostrar fuera de Italia un resumen de los acontecimientos mediáticos que se dan durante el gobierno Berlusconiano, el documental se enamora demasiado de sus personajes cayendo en la misma red paparazzi que en cierta forma “denuncia” o sobre la cual, “reflexiona”.
No se trata de una obra política porque no profundiza sobre todos los asuntos extramediáticos del gobierno del Primer Ministro, y se queda bastante en la superficie con respecto a la participación del mismo con las mafias, el negocio del fútbol y la economía italiana.
El propósito de Videocracia, es más bien, reflexionar acerca del fanatismo por estar delante de una cámara italiana, y como Berlusconi con sus discursos manipuladores (y siniestros, con spot publicitario a lo M… lo hizo incluido, pero repleto únicamente de mujeres atractivas) ha impostado un mensaje general demagógico, acerca del cuidado de la imagen pública.
Mientras se habla del mandatario, el film atrapa, pero cuando en la última media hora, Gandini (quizás por miedo de meterse demasiado con el mandamás) prefiere darle protagonismo al extorsionador Fabrizio Corona, termina perdiendo un poco el hilo de interés inicial.
Aun así, el mensaje termina siendo claro: vemos lo que nos obligan a ver.
Berlusconi lo hizo. Y acá lo copiamos.