Videocracy

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

EL CABALLERO DE LA OBSCENIDAD

A pesar de ciertas decisiones de puesta en escena, en especial concernientes al sonido, la película de Gandini muestra una experiencia colectiva que excede a Italia y se parece bastante a la realidad argentina.

“Si hoy uno quiere analizar Europa hay que empezar con Italia. Cuando uno tiene a alguien como Berlusconi, que resulta un poco como el Guasón interpretado por Jack Nicholson en Batman, tenemos que ver cómo él convierte la democracia en una performance vacía”. Eso decía Slavoj Zizek en una conferencia reciente, y bien se aplica su advertencia para ver Videocracia, un filme que devela al espectáculo como una política y viceversa (y la consecuencia ostensible es el surgimiento de una subjetividad sin sustancia). El Yo es un show, la intimidad una mercancía, la fama una metafísica.

El procedimiento de Videocracia, que bien podría llamarse “Pornocracia”, es inductivo. Erik Gandini elige mantener por un buen rato en fuera de campo a Berlusconi y focalizar en personajes conceptuales en los que se pueden verificar los efectos de un país devenido en espectáculo tras 25 años de una cultura televisiva ubicua.

Un karateca y bailarín de clase trabajadora, admirador de Ricky Martin y Bruce Lee, dispuesto a todo para llegar a la televisión; Lele Mora, un miembro del CEO de los canales de Berlusconi, admirador de Mussolini, que tiene ringtones con discursos del Duce y una esvástica en pantalla; y Fabrizio Corona, un paparazzi millonario devenido en ícono del machismo narcisista hegemónico, que hasta posa desnudo ante la cámara de Gandini con tal de dejar en claro que su poder económico es una extensión de su poder fálico, son encarnaciones perfectas de un imaginario colectivo y mediático en el que Berlusconi es una deidad, un verdadero Gran Hermano, que ama y vigila, y, fundamentalmente, entrena a la población en el deseo. Ser una celebridad es el éxtasis del hombre ordinario, su camino a la salvación.

Un pasaje en el que una mujer cincuentona hace un show de striptease en una audición para un programa de talentos y otra secuencia que transcurre en un shopping durante un casting para elegir a la “veline” (las chicas que bailan 30 segundos al lado del conductor) explicitan el lugar de la mujer en este universo delirante pero real. La máxima ironía es que una ex velina es quien dirige el Ministerio de la Igualdad de Géneros, aunque un spot de campaña protagonizado íntegramente por bellas mujeres es quizás una ilustración “sublime” del lugar de la mujer en este orden simbólico. “Gracias a Dios Silvio existe”, entonan las vírgenes de Italia.

Paulatinamente, Berlusconi adquiere protagonismo. El aterrador último plano (“Il cavalieri” en un desfile militar), precedido por otro no menos ominoso en el que baila con unas mujeres, sugiere que Berlusconi es el rostro de un Leviatán mediático. En efecto, Videocracia postula que el orden televisivo abocado al espectáculo no es otra cosa que un fascismo difuso en el que el tirano organiza nuestra eterna diversión.