La nueva película de misterio y suspenso del realizador de «Sexto sentido» se centra en un grupo de personas que viaja a una playa en la que el tiempo pasa mucho más rápido de lo normal. Con Gael García Bernal, Rufus Sewell y Vicky Krieps.
Hay dos maneras de acercarse a VIEJOS, la nueva película de M. Night Shyamalan. Y dependerá de eso, en más de un sentido, en cómo uno se relacione con la propuesta. La más ambiciosa es pensarla como una reflexión sobre el paso del tiempo, un film pequeño y concentrado –como casi todos los del realizador– en el que una serie de personajes se ven enfrentados a la inesperada noticia de que su vida durará mucho menos de lo que esperaban y descubren en el proceso algunas cosas sobre sí mismos, sobre sus relaciones y sobre el mundo. La otra es verla como algo un tanto más trash, ampuloso y clase B, un largo episodio de alguna serie televisiva fantástica (LA DIMENSION DESCONOCIDA sería la referencia más obvia) en el que a ese mismo grupo de personajes les pasan un montón de cosas extrañas a lo largo de un día rarísimo en una playa.
Si esperan encontrarse con la primera, probablemente se sientan decepcionados. Lejos está el director de EL SEXTO SENTIDO de llevar al espectador a territorios de angustia existencial que lo hicieron famoso en sus primeras películas, de SEXTO SENTIDO a SEÑALES. No es que no lo intente –la propia lógica de la trama impone ese tipo de reflexiones–, pero no lo consigue, quizás porque armó un guión tan lleno de pequeñas peripecias, trampas y problemas a resolver que es poco lo que la película tiene para ofrecer en términos, si se quiere, filosóficos. No es BOYHOOD –por citar un film que hace que el tiempo sea, en sí mismo, su tema– y el que quiera extraer algo así de VIEJOS lo hará más por deseo y voluntad que por evidencia cinematográfica comprobable.
Si van por la segunda, en cambio, se encontrarán con algo más entretenido. Simple, quizás, y bordeando siempre el ridículo con el que coquetean muchas de las películas de Shyamalan, pero divertido si uno lo toma como un remedo de algún thriller de ciencia ficción de bajo presupuesto de los años ’50, con diálogo expositivo y actuaciones fuera de tono. O, por usar una referencia de este siglo, más cerca del LOST de las primeras temporadas que de las más enredadas y ampulosas que las siguieron. Y podrá, además, observar cuestiones de puesta en escena, trabajos con la cámara, la imagen y el sonido que tienen las peculiaridades que caracterizan al realizador.
VIEJOS (que en España se llama TIEMPO) comienza, como la serie THE WHITE LOTUS, con un grupo de personajes llegando a un hotel de lujo en una playa paradisíaca. El film se centra especialmente en una familia con algunos problemitas, compuesta por Guy (Gael García Bernal), un actuario que se la pasa sacando cálculos de probabilidades de todo; su esposa Prisca (Vicky Krieps), una curadora de museo con acento europeo; y sus hijos pequeños Trent (Nolan River) y Maddox (Alexa Swinton). A la mañana siguiente, el gerente del hotel les recomienda un paseo perfecto para ir en familia: una playa alejada y bella, rodeada de corales, en la que pasar el día. Y ellos aceptan, los muy tontuelos, claramente sin saber que están en una película de Shyamalan, aún cuando el director interprete al chofer que los lleva con cara de «no saben lo que les espera».
No son los únicos que viajan a la playita escondida ya que se les van sumando personajes que ya conocimos en el hotel. Un grupo lo integra un médico un tanto soberbio llamado Charles (Rufus Sewell), su joven esposa Christal (Abbey Lee), obsesionada con la belleza y el físico; la abuelita Agnes (Kathleen Chalfant) y la hija de ambos, la pequeña Kara (Miyaka Fisher). Luego vendrá otra pareja, compuesta por Jarin, un enfermero (Ken Leung) y Patricia (Nikki Amuka-Bird), psicóloga que sufre ataques de epilepsia. Y allá se encontrarán con un famoso rapero que se hace llamar Mid-Sized Sedan (Aaron Pierre) y que parece no querer juntarse con los demás.
La película plantea su estructura de entrada ya que, en lugar de esperar a que la rara manera en la que pasa en la tiempo en la isla se haga presente por sí sola, les tira a los personajes (y a los espectadores) un cadáver. Una mujer –a la que vimos antes entrar al agua– es depositada en la arena sin vida. Y todos sospechan que el misterioso rapero algo tuvo que ver. Pero mientras intentan resolver ese entuerto se dan cuenta que algo más extraño que eso sucede. Y la evidencia más rápida son los chicos, que luego de un par de horas de estar ahí ya lucen cuatro o cinco años más grandes de lo que entraron.
Shyamalán intentará responder las preguntas que cualquiera se haría ante una situación así: ¿Qué cuernos está pasando en esa isla? ¿Por qué? ¿Cómo salir de ahí? ¿Cómo evitar morir en el intento? ¿Por qué los eligieron a ellos para ir? Ocupado con todos estos asuntos –y la manera de ponerlos en funcionamiento dramáticamente–, M. Night no desarrolla lo que quizás sea lo más importante de todo: ¿Qué hacer con el poco tiempo que aparentemente les queda? Escrita antes (se basa en una novela gráfica) pero filmada en plena pandemia, la trama de VIEJOS daba mucho espacio para jugar con ese tipo de cuestiones, algo que el realizador hacía en las épocas que sus películas lograban ser reposadas y angustiantes a la vez, misteriosas sin ser apresuradas. Aquí, acaso para no seguir angustiando a los espectadores que habitan el mundo real, prefiere dejar el tema de lado casi por completo.
Lo que queda es un entretenido pero un tanto caótico film de veloces 109 minutos en los que pasan decenas de cosas, una tras otra, como si la playa fuera una casa en la que encuentran todo el tiempo otro caño roto, otra gotera, otra pérdida de gas. Hay sorpresas y revelaciones (algunas muy bizarras) ligadas a lo que produce el rápido paso del tiempo, pero raramente se siente el dolor, la pérdida o el drama. Todos están demasiado preocupados por resolver cada nuevo problema que se suscita como para llorar a alguien que muere o entrar en alguna crisis existencial. A lo que se apunta es al miedo y al suspenso, al terror y a la comedia (y a las dos cosas juntas, voluntaria o involuntariamente) y a esperar que, mientras el asunto se vuelve un «sálvese quién pueda», el guión haga su magia y aclare un poco las cosas.
El espíritu caótico del film permite apreciar algunos diseños visuales del director de EL PROTEGIDO, ver cómo se las arregla para resolver cuestiones como el paso del tiempo, introducir a otros actores a partir de eso (ya verán que el elenco incluye a Eliza Scanlen, Alex Wolff y Thomasin McKenzie) y lidiar con algunos horrores –o pobres efectos especiales– que no puede mostrar y que evita mediante el desenfoque (hay un largo plano fuera de foco particularmente extraño e ingenioso), el fuera de cuadro, giros raros de la cámara y, en una situación particular, el uso del sonido como casi única referencia. La magia de sus grandes películas no está presente (la mezcla de lo pretencioso y lo banal, lo grandilocuente y lo cotidiano se busca pero no se encuentra casi nunca), pero como ejercicio de estilo, de esos que requieren una complicidad entre director y espectador, usualmente funciona. No hay más –ni menos– que eso.