Genio o chanta, el director de origen indio M. Night Shyamalan se convirtió con El sexto sentido (1999) en un realizador, guionista, productor (y actor ocasional) a tener en cuenta. A aquella película, con su memorable vuelta de tuerca final, le siguieron una serie de films que, por un lado, confirmaron su interés en historias vinculadas a fenómenos inexplicables y misteriosos, a veces sobrenaturales (Señales, La Aldea, El Protegido, La dama en el agua, Glass, o la más reciente Fragmentado), con un estilo visual ambicioso (encuadres sofisticados, movimientos de cámara vistosos) que buscaba transmitir una angustia existencial emanada de la que vivían sus personajes.
Pero no siempre el resultado de sus películas parece estar a la altura de sus ambiciosas propuestas. Varios de los films citados, que parten de premisas atractivas e ingeniosas, bordean el exceso y el ridículo, a punto de que lo inexplicable termina perdiendo interés, con la trama ahogada bajo capas de giros caprichosos e innecesarios. Basada en una novela gráfica, Viejos traslada al cine un planteo que llama a la curiosidad: la posibilidad de un territorio secreto, una playa espectacular, en la que el tiempo transcurre aceleradamente, según sus propias reglas.
Hasta allí llega una pareja en vías de disolución (Gael García Bernal y Vicky Krieps), junto a sus hijos pequeños y otra familia que también se aloja en el hotel. Transportados por un chofer (Shyamalan, en uno de sus cameos “hitchcockianos”), son depositados ahí con la perspectiva de pasar un día en el paraíso. Pero la aparición del cuerpo de una mujer, traído por el mar, se vuelve el núcleo alrededor del cual los distintos personajes construyen el drástico cambio hacia el clima de pesadilla. Mientras se suman otros personajes, recién llegados, a los que vimos de pasada en el resort, también se lo hacen (rápido, una detrás de otra), situaciones de alarma y horror. Y de pronto, los hijos pequeños de los protagonistas son adolescentes, y en un rato más, jóvenes adultos.
Como una hija de Lost, en sus primeras temporadas, y La Dimensión Desconocida, Viejos hace estallar el misterio con una acumulación de situaciones que van más allá de cualquier explicación posible. Los personajes no tienen tiempo ni de llorar a los suyos, porque ya deben correr hacia el otro lado de la playa, de grito en grito. Una acumulación que va tan —demasiado— rápido como pasa el tiempo en la maldita isla, de la que no parece posible salir por ninguna parte y en la que, por supuesto, no hay señal. Aunque el espectador tire la toalla hacia la mitad, o mire la hora de reojo, saturado por los caprichos del guión, el resultado sostiene cierto morbo divertido. Quién sabe si Viejos no tiene hasta pasta para clásico bizarro del futuro.