El indio M. Night Shyamalan probablemente sea uno de los más singulares cineastas contemporáneos que podamos encontrar a nivel mundial. Acaso, uno de los exiguos representantes que puedan calzarse con honores la etiqueta de autor. En Shyamalan, la forma acompaña al contenido, vertiendo cada uno de sus films sus obsesiones y mirada del mundo, jamás sometiendo la trama argumental a merced de fines pasatistas. Se trata de un realizador que no deja detalle librado al azar. De un artesano de la imagen y la narración. De un exquisito escultor de personajes. De un storyteller de esos que escasean. En tiempos de cine de super héroes y productos licuados, Shyamalan devuelve a nosotros, cinéfilos, el placer de disfrutar de sus películas en una sala a oscuras.
Perpetuando el acto mágico y folclórico de contemplar en la gran pantalla la última de sus creaciones, “Viejos” impacta nuestro intelecto y sentidos en múltiples direcciones. Capas profundas dentro de sí, la película escudriña rostros y surca las superficies de la piel humana, también indaga en el alma de sus criaturas y se abre ante nosotros como un prisma. Quizás, como una precisa maquinaria de cajas chinas, que ocultan (o develan, según convenga) intrincados mecanismos. Lo sabemos, el cine del creador de “Sexto Sentido” (1999) jamás escatimará el factor sorpresa. Lo esperamos, su inventiva no escatimará nivel de asombro alcanzado. Lo vemos venir, esa vuelta de tuerca final que altera significativamente el sentido de lo contado hasta el momento,
Camino a la isla remota que emplaza el relato, tendremos pistas más que apreciables acerca de lo que acontecerá. Shyamalan, experto prestidigitador, nos lo deja servido desde un principio…si sabemos estar atentos a los diálogos que acontecen durante los primeros veinte minutos de metraje, antes de que el misterio haga su irrupción. Cuando Alfred Hitchcock encuentra a Stephen King.
Entre las transparentes arenas de una paradisíaca isla, un cadáver aparece. ¿Quién es el culpable? Resulta inevitable trazar un paralelo con la filmografía del maestro británico y un sinfín de películas que recurrieron a tal recurso. Algo flota en la orilla y se descompone con espeluznante rapidez. Puede que el culpable se encuentre allí, no hay aquí, sin embargo, un inocente a salvo. No menos directa resulta la referencia al genio literario del suspenso psicológico y sobrenatural literario. ¿Recuerdan “Thiner”, de King? Allí, un perverso abogado era maldecido por un chamán y comenzaba a adelgazar progresivamente. En “Viejos”, Shyamalan coloca en una isla desierta a sus personajes, haciéndolos envejecer con inusitada rapidez. El deterioro físico no escatimará referencias al terror sci-fi, conformando su propio paradigma alrededor de cuerpos descompuestos, mutaciones cercanas al cine de monstruos y patologías diversas diseminadas en la isla en tiempos donde las posibles teorías conspirativas sobre un contagio mundial encienden la alarma acerca del nivel metafórico que adquiere el film…mientras tanto, permanece latente la pregunta: ¿quién dispuso ese grupo humano allí? Y sobre todo, ¿por qué?
“Viejos” funciona, también, como una parábola siniestra, una fábula moral que nos alerta acerca de la perversidad del sistema a la hora de violar los derechos y las libertades del ciudadano común. ¿Cualquier similitud con la realidad implica una mera coincidencia? Observemos más de cerca y tomaremos dimensión del grado de denuncia que se oculta tras los experimentos farmacéuticos y las oscuras corporaciones que otorgan sentido al último cuarto de hora de metraje. Shyamalan no pretende disimular el control estatal ni desenmascarar las maléficas (¿o sanadoras?) intenciones que se ocultan tras un plan maquiavélico (¿o salvador?) que resuena en nuestro presente inserto en una emergencia sanitaria mundial.
Allí aparece, agazapado detrás de la lente, el genio de Shyamalan, camuflándose tras la hilera rocosa de poderes divinos (pueden tanto dar la vida como quitarla) que protege a la misteriosa isla, postal paradisíaca y auténtico infierno en la Tierra, del mundo exterior. Prolongando el sentido implícitio de aquella mirada que se asoma tras una cámara (el guiño es evidente) se multiplica en la importancia que adquiere ese misterioso comodín que el realizador indio se reserva para sí mismo…jugando a ser el todopoderoso Hitchcock con sus cameos habituales marca registrada. Cumple el cineasta un rol fundamental en el desenlace de la fachada científica que enmarca la historia tras el telón de un hotel de lujo que ofrece paquetes turísticos especiales a sus clientes…cuando en realidad, el viaje sin retorno no promete, en absoluto, un descanso reparador.
“Viejos” es un thriller inquietante, cuya profundidad existencial, metafísica y filosófica implosiona en nuestra capacidad de asimilación. El paso del tiempo, testimoniado en las huellas impresas en la arena nos hablan acerca de la inquietud atemporal que porta el film de Shyamalan. Las olas rompen en la orilla por los siglos de los siglos y el tiempo cíclico derrite las fronteras de tiempo-espacio. Un fenomenal trabajo de maquillaje sobre los intérpretes grafica el indetenible avance cronológico siempre y cuando compremos el verosímil que nos es ofrecido sin posibilidad de cuestionarlo: el crecimiento emocional e intelectual no sería posible, ni resistiría el mínimo análisis, solo podemos cotejarlo bajo las coordenadas “mágicas” planteadas por el autor. “Viejos” estipula su propio paradigma de realidad alternativa en este micromundo que alberga a la historia.
Shyamalan se muestra, por enésima vez, como un curioso y versátil ejecutor de la cámara cinematográfica. No deja movimiento de cámara por explorar, y su sutileza no escatima en dimensionar el impacto de la voz en off para jugar con nuestros nervios y capacidad de imaginación acerca de aquello que no muestra, pero sugiere. Su habilidad para mover la cámara en travelling, sugerir estados de ánimo con angulaciones exageradas, regalarnos planos detalle y primeros planos valiosísimos o decodificar información suministrada al espectador a través del preciso uso de los recursos del lenguaje (para reflejar el punto de un vista de un personaje que ve algunos de sus sentidos deteriorarse) resulta, francamente, magnífico. Confirmándose como un genio de la puesta en escena, un proverbial uso emotivo de la música y el recurso poético de utilizar al fuego ancestral como rito tribal inclaudicable nos devuelve la parábola acerca de relaciones humanas y roles parentales disfuncionales.
Un drama de pareja como ocaso irrefrenable de un trayecto de vida, reflexionando acerca de la perdurabilidad de los vínculos, en consonancia con el real sentido de aquello que comprendemos como verdad y que, escurrida como agua entre los dedos o marca borrada en la arena, podría esfumarse en cada instante. Esa sensación de liviandad grafica la honda reflexión de Shyamalan sobre la finitud humana y en su profundidad conceptual vertebra el destino del grupo familiar protagonista (cuyo rostro conocido resulta el actor mexicano Gael García Bernal), epítome de la familia modelo que enfrentará su destino como núcleo indivisible al tiempo que dilucide filias, neuras y trastornos de lo más heterogéneos, espejando sus dramas en los otros dos grupos familiares que confluyen en la isla.
Mucho quiere decir el autor acerca del destino de sus personajes, en tanto y en cuanto el deterioro cognitivo que los acecha (y una cámara impresionista que se pronuncia implacable) da cuenta del paso del tiempo, de las batallas ideológicas libradas, de la finitud y la insignificancia humana. Debemos sumergirnos en el verosímil planteado por Shyamalan, siendo partícipes de uno de los eventos cinematográficos más novedosos de las últimas dos décadas. Comprender la evolución física y emotiva de cada personaje, mensurando el limite a rebasar en el aspecto moral, en consonancia con el nivel de aislamiento al que cada individuo es sometido, no solo borra las fronteras espacio-temporales, sino también todo resquicio ético bien pensante.
Detallista hasta el extremo, el coral blanco que asoma como mágico poder salvador contrarresta cualquier esperable porcentaje que grafique la mortandad imperante en la isla. Allí, cumple un rol fundamental el agua como elemento de vida al proliferar de peces como si de una enseñanza bíblica se tratara, para aleccionarnos acerca del perpetuo y pulsional sentido de supervivencia humana. Más allá de la rompiente, aguarda la salvación, tramada por un Shyamalan que se calza las ropas de artista demiurgo para tramar un fantástico deus exmachina final.
La última película de Shyamalan dividirá las aguas entre sus acérrimos fans y sus críticos más implacables. Así como ocurriera tras el estreno de polémicos films como “Señales” (2002) o “La Aldea” (2005). Al fin y al cabo, su cine nos emociona, en otros motivos, porque no pierde en su esencia el sentido lúdico de su existir. Así es como la fraternal dupla que planea la última posibilidad de escape a vertiginoso contrarrleoj de este Alcatraz sin cadenas, pero antes, se permite burlarse de los crueles designios del tiempo, retornando la memoria infantil de un enternecedor juego en la arena. Si tan solo se trata de vivir…