La belleza y el horror
¿Quién viene de noche? ¿Un intruso? ¿Un virus? ¿La parca? Increíblemente ningún salieri de Claudio María Domínguez le puso un título trillado y la traducción esta vez fue correcta. De todos modos, el original incluye el pronombre it, aportándole aún más confusión al asunto, tal como sucedía con la genial It Follows. Eso te sigue, eso viene de noche ¿qué es eso? no lo sabemos pero ambas logran que eso no importe. A su vez, las dos trabajan la atemporalidad; sendos casos no nos informan en qué año transcurre la acción (aunque a diferencia de It Follows donde hay una contradictoria evocación retro, aquí estamos claramente en un futuro distópico). Y ambas alimentan su relato con algunos aspectos formales más ligados al cine moderno que al género puro, además de ostentar una dedicación obsesiva a la construcción de belleza desde los planos. Porque así como estamos frente a una película terrible sin un ápice de condescendencia con los timoratos críticos llorones por la violencia fílmica, estamos frente a una obra extremadamente preocupada por la belleza. Trey Edward Shults realiza un trabajo minucioso en la organización interna de los planos pero sin dejar que el esfuerzo por lo contemplativo afecte a la narración. Shults no tiene ningún apuro en la generación de los climas, a contramano de la anfetamínica edición audiovisual contemporánea del mainstream, y esas decisiones estéticas de prolongación de algunas escenas son, en parte, responsables de que la claustrofobia llegue al espectador y podamos sentir la atmósfera agobiante de la propuesta.
Un bosque recóndito, baldes en lugar de inodoros, una casa metamorfoseada en fortaleza, y una familia pequeña con un jefe pragmático y sin escrúpulos a la hora de defender a los suyos, son algunos de los elementos con los que Shults arma su historia de pérdidas. Pérdidas generales que no terminan de explicarse y, sobre todo, pérdidas familiares (todo comienza con el sacrificio de un miembro de la familia). Con un realismo deudor del género de los años setenta y al mismo tiempo con una total autonomía respecto de las fórmulas genéricas, Viene de Noche se presenta como una rareza dentro del horror post-apocalíptico, un subgénero muy explotado en los últimos años. Seguramente su excepcionalidad tenga que ver con las intenciones de su director de contar una historia oscura e intimista de supervivencia y paranoia que nada tiene que ver con algunas contemporáneas del subgénero mencionado que abordan la proximidad del fin del mundo en términos más cercanos al del cine catástrofe o a aquellas que se articulan alrededor de los jump scares, los estereotipos y demás clichés. El propio director dijo que no definiría a Viene de Noche como una película de terror y que simplemente filmó lo que sentía en ese momento y seguramente no pensó en las categorías por las cuales muchas veces nos preocupamos más los espectadores que los realizadores. De hecho, no estuvo de acuerdo con la campaña de marketing que la vendía como género puro; no por desmerecerlo sino para no engañar a los espectadores que buscan otro tipo de narrativa. De todos modos, la amabilidad con el espectador sólo quedó en ese gesto, y, seguramente, la falta de condescendencia sea, en parte, responsable de su potencia.