Una de esas raras gemas que no dependen de jump-scares para asustar porque su realizador sabe que el verdadero terror no es un shock que te hace saltar de tu asiento sino una horrible sensación que se cocina a fuego lento en las entrañas y hace que te encojas en la butaca sin que puedas alejar la vista de la pantalla.
El espectador habitual de cine de terror ha perdido la noción de lo que verdaderamente asusta. Con el aluvión de franquicias de horror fáciles de producir que cosechan ganancias millonarias y cuestan muy poco dinero, Hollywood generó un acostumbramiento a ciertas fórmulas que se repiten una y otra vez en las películas. Hoy en día cada película de terror “grande” responde a una misma lógica: hacer un film barato y genérico, cosechar ganancias millonarias, estirar ad infinitum con secuelas y precuelas igual de sosas y genéricas para volverse una franquicia.
Los dos exponentes más grandes de esta nueva vertiente son la saga de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), franquicia que abusa del found footage y pretende hacernos creer que una puerta que se cierra o un ruido en las escaleras es terrorífico; y la saga de El Juego del Miedo (SAW, 2004) que arrancó como una idea interesante y se fue deshaciendo con el tiempo, ya que su único gimmick era el excesivo uso de sangre tripas y desmembramientos, como si la única manera de asustar al público fuera con cantidades industriales de gore.
Estas dos franquicias cosecharon una millonada en cada una de sus entregas e inspiraron toda una generación de “clones” con mayor o menor grado de éxito que se abrían paso en la taquilla a puro gore, jump-scares y demonios falopa de CGI (con honrosas excepciones como la saga de El Conjuro). Por suerte en el medio de este panorama, el cine independiente salió al rescate con joyitas como La Bruja (The Witch, 2016), Te Sigue (It Follows, 2014), The Babadook (2014) y Goodnight Mommy (2015).
Historias con un tinte más dramático (pero no por eso menos atemorizantes), grandes trabajos delante y detrás de cámara y con una concepción más primigenia y psicológica del terror estos films se plantan como grandes exponentes de lo que el género puede dar cuando se corre un poco de los chichés, las fórmulas repetidas y los sustos baratos. Por suerte, Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) no apela a nada de esto.
La película nos presenta al matrimonio conformado por Paul (Joel Edgerton), Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.). Los tres viven aislados en una cabaña oculta en los bosques tras el brote de un extraño virus que arrasó al mundo. Poco tiempo después de que el abuelo de Travis sucumbe a la enfermedad, la vida de Paul y su familia es puesta en peligro por la llegada de un hombre que busca provisiones para su esposa y su hijo pequeño.
El director y guionista Trey Edward Shults (Krisha, 2016) nos presenta una historia que en su esencia es un drama familiar sazonado con grandes dosis de terror psicológico. Paul es un hombre decidido a cruzar cualquier límite para mantener segura a su familia. Travis lidia con los típicos dilemas de la adolescencia (búsqueda de la figura paterna como referente, despertar sexual) en un contexto apocalíptico, mientras que el intruso Will (Christopher Abbott) es un padre desesperado por ayudar a su esposa y su hijo.
A no confundirse con el título, Viene de Noche no es una película de monstruos. Lo que viene a ellos cuando las luces se apagan es el miedo, la paranoia, la desconfianza hacia las personas que dejamos entrar a nuestro hogar. Schultz sabe como manejarse en el terreno de la ambigüedad: a lo largo de la película nos sugiere o insinúa más de lo que nos dice. No sabemos mucho sobre el virus, como se propagó, de que manera se contagia o como está la situación en el resto del mundo. Antes que eso prefiere mostrarnos un largo y ominoso plano de una pintura que cuelga en un pasillo de la casa: El Triunfo de la Muerte, de Peter Brueghel; que nos muestra una caótica y apocalíptica imagen de la Europa medieval siendo consumida por la Peste Negra.
Schultz juega muy bien con todo el aspecto sonoro de la película, la iluminación y el trabajo de cámara mientras que todos los actores cumplen con creces en el aspecto interpretativo (destacando especialmente a Joel Edgerton). Viene de Noche es una de esas raras gemas que no dependen de jump-scares para asustar porque su realizador sabe que el verdadero terror no es un shock que te hace saltar de tu asiento sino una horrible sensación que se cocina a fuego lento en las entrañas y hace que te encojas en la butaca sin que puedas alejar la vista de la pantalla.