Taylor Sheridan es un nombre relativamente nuevo para la industria en la silla de director ya que ésta es, en efecto, apenas su segunda película (aunque se perfila casi como una opera prima siendo la anterior Vile, de 2011, un mero ejercicio de terror en la vena del torture-porn) pero lo cierto es que hace rato que viene haciendo carrera como actor y, con mayor éxito aún, guionista, siendo el responsable detrás de la historia de películas como Sicario y la nominada al Oscar Hell or High Water. Wind River (Viento Salvaje) lo encuentra no sólo detrás del guión sino también de cámara, y el pulso que demuestra para elaborar uno de los mejores thrillers de los últimos tiempos es más que notable.
De paisajes áridos y extremadamente fríos, el relato se concentra en la irresoluta muerte de una joven nativo-americana, que con indicios de violación y golpes constituye un evidente homicidio con claro ensañamiento, en un pueblo chico y alejado donde prácticamente se conocen todos. Jeremy Renner encarna a un dolorido padre que aún no ha superado la muerte de su hija, que falleció en circunstancias similares a las del nuevo caso, y se decide a ayudar a la agente del FBI Jane Banner (Elizabeth Olsen), acaso la única que responde al llamado de auxilio para investigar el asesinato.
Sheridan conoce la potencia de los paisajes puestos en pantalla, y los convierte prácticamente en personajes secundarios que se entrelazan directamente con las vidas de los protagonistas. La sangre se mezcla con la nieve del mismo modo que el noir se confunde con el western, en un cruce de géneros por demás satisfactorio. Wind River es uno de esos estrenos que pueden pasar desapercibidos, aunque definitivamente no debieran. Con ecos del mejor film de Sean Penn, The Pledge (Código de Honor), se trata de un policial que se cocina a fuego lento pero sabe elaborar un excelente standoff (ese momento glorioso en el que buenos, malos y feos se apuntan entre sí y la violencia estalla) como pocos lo han hecho en los últimos tiempos.