El primer largometraje del documentalista y artista visual Gabriel Mascaró, se apoya el tratamiento semidocumental, pero se amplia como un verdadera experiencia sensorial y una anécdota que rinde tributo a la naturaleza pero también reflexiona sobre el valor de la vida y la irrupción de la muerte y la actitud ética. Un cadáver que trae el mar, la vida sencilla en una aldea donde la pesca y la recolección de cocos es la principal actividad y un entorno esplendido y amenazador.