Poco y nada parece suceder en el agreste pueblo costero donde transcurre Vientos de agosto. No hay mucho más para hacer que trabajar en una plantación de cocos, pasear en bote, copular de vez en cuando o escuchar punk rock de cara al sol. Al menos eso vemos en Shirley (Dandara de Morais) y Jeison (Antônio José Dos Santos), dos jornaleros que son algo así como una pareja. Mientras ella cuida a su nonagenaria abuela, él se obsesiona con un cadáver que aparece en la costa, quizás como un acontecimiento excepcional ante el tedio diario. Tanto como los vientos que azotan la región.
Con un registro cercano al documental, la cámara se vale de varios planos fijos y mantiene una prudente distancia de los protagonistas, al mismo tiempo que entrega unas hermosas imágenes de la naturaleza de aquel paraje. La destreza fotográfica es mérito de Gabriel Mascaró, hombre orquesta de la película (es además director, guionista y hasta interpreta a un investigador que llega al lugar para captar la velocidad de los vientos). La apocada acción dramática no impide disfrutar de un film lleno de matices contemplativos y belleza cinematográfica.