Las rocas respiran.
En una aldea costera del nordeste de Brasil que subsiste mediante la pesca y la venta mayorista de cocos, Vientos de Agosto, la premiada película del director Gabriel Mascaro, propone una alegoría bucólica sobre la relación entre la vida y la muerte a través de la naturaleza en un estado de búsqueda de esas raíces que conectan la memoria y la vida.
Shirley (Dandara de Morais) es una joven que cuida a su abuela y transporta en un tractor los cocos que los campesinos cortan de las palmeras. Su pareja, Jeison (Geová Manoel Dos Santos), es un pescador que se sumerge al mar con una lanza en la búsqueda de pequeños pulpos, mientras Shirley se queda en el bote escuchando hardcore punk y tomando sol. La inesperada llegada de un tenaz investigador que busca grabar la crudeza de los fuertes vientos alisios, y el descubrimiento de un cadáver en la playa, rompen la naturalidad de esta tierra acostumbrada a la calma.
La muerte surge como una indagación sobre el pasado que fortalece la memoria colectiva, atrofiada por la necesidad de sobrevivir al duro presente. A su vez, esta mirada hacia el pasado trunca el presente generando una ruptura que abre un canal de comunicación hacia algo más vasto. Mientras Jeison encuentra un propósito en la averiguación de la identidad de una calavera con un diente de oro hallado entre las rocas, en el cuidado del cadáver putrefacto aparecido en la playa Shirley busca aferrarse al presente a través de su abuela, su trabajo y su relación con el joven pescador. El investigador funciona a su vez como una irrupción que rompe con el ritmo, introduce el metalenguaje e induce a los personajes a la reflexión y al espectador a una mirada atenta, profunda e inquisidora.
Las contradicciones del pasado y del presente, de la vida y la muerte, quedan al descubierto a través del trabajo y la obsesión de Jeison por el cementerio de la playa. La vida se pone así al servicio de la necesidad de preservar lo efímero de una forma fútil e incompresible para el resto de sus allegados.
Con imágenes, escenas y diálogos extraordinarios de un gran valor poético, el film de Mascaro busca en la naturaleza ese signo de vida que nos conecte con su vitalidad. La extraordinaria fotografía intenta captar la esencia material de la inclemencia y la belleza del cuerpo desnudo. A su vez, la aparente sencillez de Vientos de Agosto contrasta con su oquedad conceptual, que aborda el cuerpo en relación con su entorno y con la memoria en una lucha constante por el pábulo. El primer largometraje de ficción del realizador brasileño logra captar en toda su dimensión la relación entre la naturaleza, la vida, la muerte y la memoria colectiva con lirismo y poesía, llevando la belleza a un lugar hostil pero íntimo, siempre cautivando al espectador a través de los vientos que sacuden la tierra y el mar.