El Amazonas profundo
Tras el reconocimiento en el Festival de Locarno y su posterior participación en la competencia internacional del 29º Festival de Mar del Plata, tuvo que pasar mucho tiempo para que “Vientos de Agosto” se pudiera estrenar formalmente en (contadas) salas comerciales. Y es que nunca está de más tener entre los estrenos semanales un buen exponente de ese cine brasileño que tan bien sabe representar las distintas realidades sociales.
El primer largometraje de Gabriel Mascaro toma parte del formato semidocumental para narrar tres historias en el recóndito nordeste brasileño como lugar común. En pocas palabras y con una soberbia dirección de fotografía, Mascaro es capaz de retratar la dinámica pueblerina con la misma complejidad que la que utiliza para hablar del valor de las tradiciones y la sensación de incertidumbre frente a la muerte.
La vida de Shirley (Dandara de Morais) transcurre entre su presente como transportista de una plantación de cocos y el cuidado de su anciana abuela. También comparte el día a día con su pareja Jeison (Geová Manoel Dos Santos), un joven pescador de la costa de Recife, con el que mantiene una relación más cercana desde lo físico que desde lo afectivo. Son estas dos miradas, sumadas a una tercera representada en un oceanógrafo (el mismo Mascaro) dedicado a estudiar el sonido de los vientos de Pernambuco, las que dan un sentido poético a la fragilidad de la gigantesca geografía brasileña.
Hablamos de un film que no puede ser visto a partir de la clásica estructura con un principio y un final, sino que se trata de pequeños fragmentos de una historia que los mismos protagonistas llevan a cuestas mucho antes que el director nos introduzca en el relato. Y es así que al igual que el clima tormentoso de la selva amazónica, “Vientos de Agosto” reflexiona sobre lo difícil que es dejar atrás las viejas costumbres sin perder la memoria. Sea en un pueblo perdido de las zonas más carenciadas de Brasil, o en cualquier otra parte del mundo.