Sopor marino de agosto
Esta es la clase de películas que fascina a los buscadores de imágenes apacibles y bonitas, y aburre desde los primeros minutos a todo el resto del planeta. Su autor es Gabriel Mascaró, un artista plástico de Recife apreciado por lindos registros documentales como "A onda traz, o vento leva", que tiene cierto punto de contacto con lo que ahora vemos: olas eternas trayendo de vez en cuando algún misterio, vientos inasibles que pasan cada tanto. Y en la tierra, gente que vive más o menos tranquila.
La acción, si así puede llamarse, transcurre en un pueblito costero de Alagoas. Los pobladores pescan, recogen cocos, o miran a quienes pescan y recogen cocos. No hay mucho más que hacer, salvo para unos novios que eligen el lugar más incómodo posible donde disfrutar sus amores, como lo ilustra el afiche de la película. En verdad, es evidente que a ese lugar lo elige el director, solo porque queda lindo y original, pero en la práctica el amor ahí debe ser impracticable.
El director aparece en escena como un científico que quiere grabar los vientos alisios. También aparece la morena Dandara de Morais, modelo y figura televisiva pernambucana que encarna a una chica del lugar con las uñas pintadas, tomando sol en la canoa. Hacia la segunda mitad, como para matizar los paisajes, por ahí también aparece una calavera. Un misterio, anticipo de otro, que los pobladores asumen sin mayor alteración. Nada se altera tampoco ante esta película. Ni la fascinación de los espectadores predispuestos, ni el sueño de los demás en sus butacas.