En una de las primeras escenas de Vigilando a Jean Seberg, la actriz del título describe su trabajo en la industria del cine como “frívolo”. Irónicamente, la actriz que la encarna, Kristen Stewart, podría usar ese mismo término para referirse al film en cuestión y, si lo hiciese, uno difícilmente podría sorprenderse, mucho menos culparla por ello.
Atrapada entre dos registros —ninguno de los cuales le sienta bien—, la película de Benedict Andrews acumula sin construir, progresa sin profundizar y su vacuo intento por retratar los últimos años de vida de Seberg se ve inevitablemente afectado por la superficialidad de su guión: moroso en el desarrollo de los personajes pero, sobre todo, falto de interés dramático. Teniendo en cuenta que se trata de un film basado en una cruenta historia real, con múltiples aristas y partes involucradas (estrellas de cine, agentes del FBI, Panteras Negras, etc.), esto último no deja de resultar desconcertante. En efecto, con su atento diseño de producción, vibrante paleta de colores y particular atención al detalle, Vigilando a Jean Seberg parece más interesada en ostentar el pintoresco reflejo de una época que en adentrarse en sus batallas ideológicas, en tratar de entender el accionar de los personajes o en elaborar algún tipo de pensamiento respecto de lo ocurrido, más allá de los monólogos de la protagonista. De hecho, y pese a sus declamatorias palabras, ni siquiera ella demuestra estar muy interiorizada con las ideas que defiende: vemos a la actriz de Sin aliento sacarse una foto con los Panteras Negras, donar dinero para su causa y encamarse con uno de sus líderes, pero no mucho más.
De cualquier modo, eso fue suficiente para que, hacia fines de los sesenta, el FBI ordenara su seguimiento y escarnio público, una decisión que el film describe más como un capricho de J. Edgar Hoover (“Esto viene de arriba”, afirma el jefe de los agentes) que como una medida necesaria, y que acabó, por otra parte, llevando a Jean a la paranoia y, eventualmente, al suicidio. Sin embargo, desprovistas de una construcción paulatina y coherente, tales consecuencias emergen de un momento a otro en el relato: como quien sube una escalera salteando escalones, Andrews descuida y apura la progresión dramática en el segundo acto, desencadenando así que las resoluciones del tercero se sientan repentinas y carezcan de impacto emocional alguno. En parte, esto ocurre debido a la cuestionable estructura elegida: dispersa entre múltiples saltos, tanto temporales como espaciales (de París a Los Ángeles, de Los Ángeles a Nueva York, luego a México y finalmente de regreso a París), y apoyada en dos líneas narrativas de igual peso (la de Seberg y la del agente interpretado por Jack O’Connell, el otro protagonista), la acción avanza a los tropiezos y con escasa fluidez. Asimismo, ese doble punto de vista da lugar a la convivencia, infructuosa, de dos disímiles registros: por un lado, una convencional y solemne biopic y, por el otro, un thriller policial que, dicho sea de paso, es el responsable de los pocos momentos memorables de la película (tal como la secuencia del departamento, en la que el inesperado regreso de la actriz toma por sorpresa a los agentes in fraganti y éstos deben esconderse).
Llegado el final del relato y tachados los últimos “datos biográficos a incluir” (tanto en el devenir de la trama como en las infaltables placas de texto previas a los créditos), poco queda para destacar de Vigilando a Jean Seberg. Ni siquiera la actuación de Stewart, cuyo innegable talento es tristemente desperdiciado a manos de un limitado papel que roza la unidimensionalidad: por momentos, el personaje aparece con un trago en la mano pero, si hay una adicción allí detrás, la misma jamás es trabajada; lo mismo ocurre con sus roles de madre y esposa, prácticamente intrascendentes, o con sus ya mencionadas convicciones políticas, muchas veces postuladas, pero rara vez puestas en práctica. En última instancia, son sus ataques de paranoia los únicos momentos en los que Andrews verdaderamente se empeña en que empaticemos con la protagonista, pero ni siquiera allí termina de lograrlo. De esta manera, contando con una actriz versátil y competente, un notable diseño de producción, un elenco de renombre —Vince Vaughn y Margaret Qualley, siempre es un gusto volver a verlos—, y una trama que incluye secretos de estado, infidelidades, espionaje, embarazos no deseados, racismo, rodajes, intentos de suicidio y tantas cosas más, Vigilando a Jean Seberg probablemente acabe llamando más la atención por aquello que podría haber sido que por aquello que efectivamente es: una película bastante poco vigilada, castigada por su propia frivolidad.