En el film argentino Vigilia en agosto también hay una boda en curso. La historia transcurre en una pequeña ciudad de la provincia de Córdoba muy ligada a la producción agrícola. La joven Madga, que trabaja como docente y colabora con la iglesia local, va a casarse en pocos días con Marcelo, “El Gringo”, que es patrón de una fábrica de granos. En esa comunidad sumida en la lógica del patriarcado, las pulsiones fascistas, los chismes dañinos y las supersticiones, Magda empieza a percibir ciertas señales del entorno que le generan dudas y temores. Algo pasó con un operario en la fábrica, un accidente laboral que su futuro marido prefiere encubrir.
Todo el relato se circunscribe estrictamente al punto de vista de la protagonista (Rita Pauls, excelente), con un dispositivo narrativo que le permite al director Luis María Mercado potenciar el rol del sonido y explotar así la ambigüedad de diversas acciones que permanecen fuera del campo visual. Magda observa, escucha, espía. La violencia se disemina por vericuetos confusos. Transitando terrenos similares a los que propone Lucrecia Martel en La mujer sin cabeza, la joven de Vigilia en agosto no sabe cómo actuar frente a las verdades que descubre. Hasta que todo ese desasosiego hace síntoma en su cuerpo. “Ni empacho ni envidia. Vos estás ojeada hasta la coronilla”, dictamina una pariente, y le aconseja a Magda colocarse una cintita roja en el tobillo. La explicación esotérica esquiva el esfuerzo que implica asumir y analizar cuestiones más profundas (sociales, políticas, de género). Además no hay tiempo. Ya está todo listo para el casamiento.
Pero por allí circulan otros rastros rojos que parecen enlazarse subrepticiamente mientras el relato avanza: la lana roja de un saco que ocupa toda la pantalla, la sangre de una herida en la mano de Madga, el color de una larga máquina procesadora de granos, el cabello del Gringo. En la película late un terror reticente, escondido, ahogado. El realizador logra mostrar con mucha sutileza cómo funcionan los códigos de la dominación masculina, los abusos de poder y la red de complicidades en esa ciudad. Pero es una pena que la película no llegue a colmar las expectativas que las intrigas habían despertado, como si el relato se acobardara a la hora de enfrentar a fondo esa hendija por donde asoma lo siniestro. Tal como ocurre en Carmen y Lola, el drama de Vigilia en agosto termina algo desdibujado debido a un desenlace poco arriesgado. Así y todo, se trata de una ópera prima más que interesante de un director a seguir de cerca.