“No es tan fácil escribir sobre nada”, reflexiona Patti Smith en su último libro M Train. Un poco lo mismo me pasa a la hora de escribir sobre esta película de Julieta Ledesma.
Lo cierto es que la premisa de Vigilia podría haber hecho una película muy diferente (como toda premisa, podría haber hecho muchas películas, siempre dependiendo del camino que su director elegiría), y el resultado termina siendo un aburrido, anodino y largo relato (las casi dos horas de duración comienzan a sentirse… a la media hora).
La historia: el regreso del hijo de la Guerra. Una madre que no lo reconoce y un padre que apenas se muestra interesado. Mientras tanto, la sequía se prolonga y eso vuelve loco a los animales. Un perro debe ser sacrificado pero luego aparece como si fuera un fantasma, anunciándose a través de sus incansables ladridos.
Los tiempos aletargados, esos largos planos fijos, imprimen misterio al relato. Pero Ledesma también juega con lo onírico, para plasmar así la locura en la que sus personajes van introduciéndose cada vez más.
Como ópera prima, no deja de ser un producto muy interesante. Especialmente a nivel técnico, con una fotografía muy destacable y la creación de sus bellos planos. La construcción de climas, el uso de la música, hacen de Vigilia un film notable.
No obstante, el guión y una narración lenta, reiterativa, hacen que a Vigilia se la sienta eterna. En la dinámica hay incluso algo muy teatral, pocos personajes. Pero Julieta Ledesma no se queda en eso, y juega y mucho con el exterior, con las diferentes texturas que el campo le propone.
Un interesante estudio sobre la locura, los estrechos y vulnerables lazos familiares, en un relato al que le falta dinamismo. Una de esas películas sólo apta para el espectador más pre dispuesto.