De cómo filmar los sentimientos
El prolífico -y siempre interesante- director francés Benoît Jacquot se reencuentra con una de sus actrices-fetiche, la inmensa Isabelle Huppert, para una película fascinante e inasible a la vez, de esas en apariencia pequeña pero de muy compleja y ambiciosa realización. Se trata de una historia que no se sostiene demasiado en una trama convencional, en las típicas relaciones de causa-efecto sino que se propone (nada menos) que abordar los sentimientos, los estados de ánimo, la intimidad, la introspección de una mujer que decide terminar con su vida anterior y aventurarse hacia nuevos destinos.
En esta transposición del best-seller de Pascal Quignard (el mismo de Todas las mañanas del mundo), Huppert interpreta a Ann, una famosa compositora y concertista de piano que descubre a su marido Thomas (Xavier Beauvois, director de la inmensa Des hommes et des dieux) besando a otra mujer y, a los pocos instantes, se reencuentra con Georges (Jean-Hugues Anglade), un viejo amigo que se convertirá en su confidente y protector. La protagonista abandona todo (esposo, obligaciones profesionales, posesiones y hasta su identidad) y se retira a la perdida isla italiana del título. Allí, tendrá un fugaz affaire (con una mujer) y algún que otro reencuentro familiar, pero lo que en definitiva ella busca es recuperar la soledad para repensarse y reconstituirse.
Lejos del cine demagógico de autoayuda a-lo-Comer, rezar, amar, Villa Amalia resulta un film estimulante y a la vez algo árido, parco, como su protagonista. La dupla Jacquot-Huppert sigue -después de tanto tiempo- transitando nuevos caminos, probando, evitando las fórmulas y los lugares comunes. Los verdaderamente grandes son aquellos que, habiéndolo conseguido todo, siguen buscando cual entusiastas principiantes. La audacia y la innovación no son patrimonio exclusivo de los jóvenes.