Villegas es un exponente de esa tendencia post-Nuevo Cine Argentino que apuesta sus cartas a la observación reposada del mundo pero sin descuidar lo que se cuenta. El relato, que se ciñe moderadamente pero con libertad a las exigencias narrativas tradicionales, privilegia a los personajes y sus contactos por sobre el devenir de la trama. Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe hacen a dos primos que vuelven a su pueblo natal para el entierro de un abuelo. La fórmula puede parecer un poco gastada pero Gonzalo Tobal la aprovecha bien: el viaje, que habrá de confrontar a los personajes con su pasado y con su presente, le sirve al director para descubrir a Pipa y Esteban en su calidad de antagonistas y criaturas desencajadas, fuera de su lugar. La memoria falla y los recuerdos de los dos ya no se encuentran, como ocurre cuando el dúo discute acerca de un restaurante al que los llevaba a comer el abuelo cuando eran chicos. Ya en Villegas, cada uno se mide con sus fantasmas (la música y el trabajo, uno; un casamiento inminente y una ex novia, el otro) y recuperan la complicidad de la infancia en un silo repleto de maiz, ocultos a la vista de los demás y cantando una zamba que los dos parecen recordar bien. En ese momento, cuando la memoria sella sus grietas, Esteban y Pipa recuperan al tiempo que pierden para siempre un pedazo enorme de sus vidas.