Una pasión devastadora
Vincere, el drama a cargo del director Marco Bellocchio, reúne belleza y tristeza.
¿Qué será más grande, la tragedia colectiva o la individual? A veces ambas se encuentran en un espacio y un tiempo verificables. Vincere, de Marco Bellocchio, rescata el drama de Ida Dalser, la esposa de Benito Mussolini (negada por la crónica oficial), y su hijo, heredero del Duce. Ambos fueron desaparecidos por el sistema, recluidos en varios psiquiátricos, la madre, y en un orfanato con custodia oficial, el niño. Estos datos revelan la personalidad de Mussolini que desde muy joven se perfilaba como un fanático de sus propias obsesiones. El amor traicionado se desarrolla sobre el telón de fondo del fascismo, el ascenso del líder, las dos guerras mundiales y las convulsiones de las décadas cruciales, de 1913 a 1945.
Giovanna Mezzogiorno interpreta a la mujer bella, de ojos verdes, eternamente enamorada de Benito, en tanto, Fillipo Timi pone toda su sangre e intensidad al servicio de un personaje fascinante, planteado desde la teatralidad del gesto extremo.
La primera parte de Vincere se desliza por los primeros tiempos de esa relación en la que ella se arruina, en todos los sentidos, para costear el periódico con que sueña Benito. El joven milita en el Partido Socialista, hasta que sus conceptos sobre guerra y revolución lo cruzan de vereda para siempre y lo encaraman en el poder, asistido por un carisma notable. El actor logra la dureza de la mirada siempre desorbitada, como fija en un punto alto y lejano. La relación apasionada del comienzo muta tan frenéticamente como empezó y la mujer se convierte en la enemiga número uno del Duce y su familia, bastión fascista inexpugnable.
Belocchio cuenta esa tragedia en la que se suma violencia de género, locura y desesperación, con recursos cinematográficos por excelencia. Vincere rinde homenaje al cine. Cada tramo de la historia personal de Ida incluye un momento del cine, del noticiero durante la Gran Guerra, a Carlitos Chaplín. Además, el material de archivo logra una película deliberadamente grandilocuente. Las tropas italianas, la Revolución Rusa, la Expo Futurista de 1917, la multitud aullante, el pueblo en una faceta amenazante aparecen intercalados con las escenas de Ida y su lucha destinada al fracaso. A la pasión devastadora, que enfurecerá a la feminista más moderada, la acompaña el material de archivo, logrando una épica con himnos y corales. Por momentos, Bellocchio elige las posibilidades expresivas de la ópera, con el montaje teatral de la nieve cayendo implacable y los planos de la heroína que reivindican la mejor tradición del neorrealismo italiano.
Cada espectador puede elegir un aspecto de la película que saca de la oscuridad la historia de Ida e hijo. "Debemos ser grandes actores", le advierte el psiquiatra a ella, para salvarla. Ahí abreva Bellocchio. Expresa también la impotencia de los personajes que ven cómo la realidad tiene una versión contraria a todos los indicios. Si la tristeza puede ser bella, y viceversa, Vincere reúne las dos cualidades con la sagacidad de un director que busca justicia por su propia cámara.