Grandilocuente, operística, exacerbada. Vincere está diseñada para pasar por encima al espectador, como una brigada negra.
El film se inicia como una biopic de Benito Mussolini (a quien se lo ve en los inicios de su carrera política como un furibundo y ateo militante de izquierda), pero pronto la trama se concentra en la figura de Ida Dalser, esposa no reconocida, y madre de un hijo igualmente no reconocido del Duce. Ese primer Mussolini tiene la impostación del recuerdo distorsionado de Ida, y una vez que la relación termina abruptamente (casi todo en este film termina abruptamente) sólo podemos ver al Duce real a través de un abundante material de archivo.
El veterano director Marco Bellocchio (1939, Piacenza, Italia) desparrama certezas y demuestra un absoluto control de todos los recursos con los que cuenta, con un despliegue formal totalmente funcional para el tono buscado, que se pone en evidencia en las actuaciones (sobreactuaciones en realidad), la música y, sobre todo, el montaje a cargo de Francesca Calvelli, los sobreimpresos propios de la época que retrata y la particularidad de que muchas escenas son violentamente desplazadas por las que siguen (hasta se puede hablar de un método de edición fascista). Un ejemplo de todo esto es la antológica escena de la pelea en el cine.
Pero la máxima virtud de Vincere es que toda esa técnica queda al servicio de una historia, y esa historia a su vez al servicio de la Historia, en una tesis que vincula fascismo y locura. La película se estructura en dos partes: la segunda transcurre mayoritariamente en instituciones psiquiátricas, y en ambas todos los personajes están alienados, fuera de sí, empezando por la sufrida protagonista (cuyo irónico nombre es Ida), que termina siendo el espejo de todo un pueblo traicionado por su caudillo.