Vincere

Crítica de Leo Aquiba Senderovsky - ¿Crítico Yo?

Sería un error analizar esta película como una biografía de Benito Mussolini, el hombre que marcó a fuego el destino de una Italia sometida a sus designios. No pretende serlo en ningún momento, aunque todo el relato se articula en torno al poder de dominación de su figura. Tampoco se utiliza aquí su condición de figura histórica para un argumento meramente anecdótico, pese a que la focalización en la mujer que nunca reconoció podría dar lugar a tal suposición. Estamos ante una poderosa reflexión sobre el poder y la locura, en manos de un cineasta notable.

El experimentado y comprometido realizador Marco Bellocchio, que nunca dejó de reflexionar sobre la historia política de su país (aunque no llegó a tener la trascendencia internacional que tuvieron contemporáneos suyos como Bertolucci) se centra en la tragedia de Ida Dalser, mujer que amó a Mussolini cuando éste aún militaba en las filas socialistas y se encontraba lejos de detentar el poder. En aquella época, Ida le entregó por amor todos sus bienes, y al quedar embarazada, fue rapidamente desechada por Mussolini, quien ya comenzaba a cimentar su carrera hacia el alto mando.

La aguerrida personalidad de Ida no le servía a un Mussolini cuyo ego le impedía contar con gente de su mismo carácter y prefería rodearse de gente dócil. Tal vez sea esa la razón que lo llevó a cerrarle la puerta a Ida y a su vástago. La verdad no la sabremos, pero Bellocchio no se extiende con suposiciones, no aprovecha el relato para darle más espacio a la figura de Mussolini que lo estrictamente necesario para narrar la vida de una persona cuyo destino fue escrito por el dictador.

Ida pasó su vida buscando el reconocimiento del hombre que amaba y admiraba irracionalmente, y cuanto más se desesperaba por lograr que Mussolini la reconozca, más ira despertaba en el Duce, quien determinó la separación de madre e hijo y el posterior confinamiento de ambos en neuropsiquiátricos. Bellocchio nos muestra a una mujer que fue víctima directa de Mussolini y a su vez, víctima de sus propias acciones absurdas, guiadas por un amor ciego al padre de su hijo. También se detiene en un chico que pasa de la rebeldía de aquel que es privado del amor materno a la imitación descontrolada de aquel al llegar a la adultez, mofándose de su rídicula pero seductora gestualidad.

Para esta pintura trágica, tanto de la vida de Ida y Benito Albino (el hijo) como de una Italia a punto de sumergirse en su momento más crítico, Bellocchio apela en los primeros minutos a la reconstrucción de ese amor, acentuando la pasión que sentía Ida, frente al egocentrismo y el desprecio de Mussolini. Una vez que el dictador se desprende de ella, comenzamos a verlo únicamente a través de material de archivo formidablemente seleccionado, enfatizando el dolor de una mujer que comienza a ser silenciada de todas las maneras posibles, hasta que su psiquis es puesta en jaque debido a este tortuoso accionar.

La maravillosa actuación de Giovanna Mezzogiorno, que transita por todos los estados posibles sin dejar de destacar el profundo amor que Ida sentía por el Duce y el dolor que le produjo su traición, es el pilar fundamental de un film que se desarrolla a fuerza de una estética que privilegia la estridencia visual y sonora (la excelsa música de Carlo Crivelli, aunque por momentos llega a resultar algo irritante). Sin perder el foco de lo que narra, Bellocchio se sirve de la trama y de la época que describe, para empaparla con elementos propios del futurismo y con un diálogo permanente con el cine y sus potencialidades (tanto en el empleo del material de archivo, como en las proyecciones donde se producen combates ideológicos o en la fuerza de la proyección de The kid, de Chaplin, para describir la desolación que siente Ida por la pérdida de su hijo).

Otro punto fundamental de este relato es la forma en la que exhibe el rol de la Iglesia frente al gobierno fascista. Desde el silencio y la indiferencia de las monjas que “cuidan” a Ida, hasta la forma en la que Mussolini pasa del ateísmo a tomar a la Iglesia como uno de los pilares para el fortalecimiento de su imperio. No es casual que la película comience con un mitín socialista en el que Mussolini, en un gesto de rebeldía, intenta probar la no existencia de Dios, o que en un momento se escuche la noticia de la constitución de la Ciudad del Vaticano durante su mandato. Bellocchio demuestra, con estos elementos, que no teme polemizar. Aunque sabe que su film no se centra en este aspecto, lo toma como un elemento vital de su reflexión sobre lo que implicó el fascismo para la sociedad italiana.

Vincere es un film contundente, de pasiones desatadas y tragedias desmedidas. Tal vez sin el brillo y la perfección de otros films de Bellocchio o de relatos históricos de calibre similar (un poco por apelar a una megalomanía similar a la del propio Duce), pero sólido en su exposición de una mujer que pierde su vida por amor al hombre que representa el poder fuera de los límites de la cámara. Tal vez el retrato ficcional de Mussolini en el poder podría haber disminuido el peso gigantesco que le aporta al relato de la tragedia de Ida Dalser las imágenes de archivo de quien fuera el amor de su vida, y su cruel verdugo.