En una apuesta de género audaz para emprender en nuestro medio, Ariel Winograd logra con Vino para robar una eficaz y entretenida combinación de film de robo a guante blanco con toques jamesbondianos. Apelando a una pareja de actores a la que el cine independiente ha recurrido con asiduidad, esta suerte de thriller romántico recorre diversos escenarios y locaciones que la vuelven atractiva visualmente, a la vez de abordar con dinamismo una historia que va salpicando sorpresas y guiños.
Winograd maneja con gran soltura el lenguaje cinematográfico, lo que le permite introducirse sin temor por terrenos por los que no había transitado. Luego de haber plasmado comedias como Cara de queso y Mi primera boda, distintas en cuanto a producción y despliegue –la segunda, estupenda, contaba con un gran presupuesto y un heterogéneo y multiestelar elenco-, acá el cineasta da el giro con aceptables resultados y toques de humor que distienden y enganchan. Homenajes al cine asoman durante la narración, dentro de una temática enóloga un tanto forzada. Pero varias escenas notables, una gran banda sonora de Darío Eskenazi y un muy buen elenco sostienen todo. Como Daniel Hendler, impecable en su nueva faceta de galán al margen de la ley, muy bien acompañado por una Valeria Bertuccelli inteligente y llena de matices y un divertido Martín Piroyansky.