Los simuladores
Tras las más que promisorias comedias Cara de queso y Mi primera boda, Ariel Winograd -sin abandonar el humor, la veta romántica y la fluidez de sus dos primeros trabajos- se mete ahora en terrenos del thriller (historias de ladrones y engaños cruzados) con buenos resultados dentro de un cine argentino que sigue pidiendo a gritos más y mejores exponentes de género. La película está bien concebida y se disfruta (no es poca cosa), pero queda la sensación de que también es un poco derivativa de mucho cine previo y de que Winograd está en condiciones de soltarse aún más y de conseguir aún mejores resultados finales.
Más allá de algunas citas demasiado obvias (la línea de diálogo "tu nombre en clave es Bond, Juan Bond", la remera de North By Northwest/Intriga internacional que usa Valeria Bertuccelli), Vino para robar “bebe” no sólo del espíritu lúdico de la saga 007 y del Alfred Hitchcock de Para atrapar al ladrón, con Cary Grant y Grace Kelly, o Marnie, la ladrona; sino también del Steven Soderbergh de La gran estafa y Un romance peligroso; y de otros films como Los enredos de Wanda o El caso Thomas Crown. Y además hay algo del espíritu de la serie de Damián Szifron Los Simuladores (y no sólo porque uno de los personajes aquí se llame también Mario Santos, en homenaje al responsable de la FUC).
El eficaz (y no mucho más) guión de Adrián Garelik que Winograd filma con la bienvenida ligereza de un Billy Wilder o un Ernst Lubitsch tiene un par de MacGuffins (una máscara azteca, una preciada botella de Malbec francés de 1845) que sirven de pretexto para que los dos protagonistas y ladrones profesionales, Sebastián (Daniel Hendler) y Natalia (Valeria Bertuccelli), se traicionen, se persigan y, claro, se enamoren cuando no les queda más remedio que trabajar juntos tras ser amenazados por el malvado de turno (Juan Leyrado).
Hay escenas de robos en bancos rodadas con categoría, se consigue la química necesaria entre un Hendler al que le alcanza su básico aplomo (no aflora la simpatía de Daniel Craig, George Clooney ni Pierce Brosnan) para salir bien parado y una Bertuccelli que es capaz de seguir sorprendiendo con sus múltiples matices de comediante, y la trama -menor- se sostiene con gracia y buen ritmo, aunque algunos personajes secundarios (como el de Pablo Rago) no tengan el desarrollo ni alcancen el interés que Winograd supo lograr en sus films anteriores.
Un detalle “de producción”: Vino para robar tuvo el apoyo institucional de la provincia de Mendoza y allí transcurren varias escenas clave. Algo similar a lo que pasaba con San Luis en Soledad y Larguirucho. Pero mientras en el film animado el “chivo” era obvio e irritante, aquí Winograd -siempre inteligente para dosificar los diferentes elementos- aprovecha los paisajes y posibilidades “cinematográficas” de la zona con sus bodegas, viñedos, montañas, arroyos y hasta una escena en exteriores que remite a la tradicional y masiva Fiesta de la Vendimia sin caer en pintoresquismos de “guías turísticas”. Misión cumplida.