Mi primer Hitchcock
La gran mayoría de los cineastas lleva adentro una película hitchcockiana que les gustaría hacer. Imagino que es algo que nace al verlas, en algún momento de la vida, y plantearse la posibilidad de hacer algo en ese estilo: empezar a dibujar tramas, personajes, resoluciones de puesta en escena, etc. Es casi un proceso de aprendizaje: se haga finalmente esa película o no (puede quedar en el papel o en la cabeza), todos quisimos ser Hitchcock alguna vez. Todos pensamos que podíamos jugar a serlo.
Ariel Winograd se sacó las ganas de ser “hitchcockiano” por un rato en VINO PARA ROBAR, la película protagonizada por Daniel Hendler, Valeria Bertuccelli y Martín Piroyansky que se estrena el 1º de agosto. Su película pertenece al subgénero de las películas de ladrones (“caper films”) en las que gran parte de la trama está dedicada a la concreción de un particular asalto. En este caso, digamos, la trama es un poco más compleja, y si bien las citas y referencias están ahí, la película aprovecha ese punto de partida y la adapta a un tono más liviano y cómico. Es decir, es más PARA ATRAPAR AL LADRON o CHARADA, que los filmes más duros del submundo criminal tipo RIFIFI.
vino para robarHendler se luce interpretando a Sebastián, un rol bastante distinto a los habituales del actor, trocando su estilo más conocido (algo dubitativo y neurótico) por una especie de tono seco y profesional de ladrón dedicado y sin tiempo para tonterías. Sebastián se dedica a sofisticados robos y la película arranca con la supuesta concreción de uno de ellos, de una máscara en un museo. Pero allí está Natalia (Bertuccelli, una decisión de casting algo más complicada, ya que uno nunca termina de creerse el gran talento y capacidad de su personaje para estar en el submundo del hampa, aunque sí su capacidad de… disimularlo), con la que se engancha en una especie de affaire que termina cuando se devela que la mujer en cuestión lo engañó y se quedó con el fruto de su robo. Y que, en cualquier momento, puede reaparecer…
Resumir la trama es complicado ya que el guión de Adrián Garelik tiene una larga serie (acaso excesiva) de vueltas de tuerca, pero digamos que Sebastián y Natalia terminan en Mendoza tratando de robar de un banco una carísima botella de vino de 1845 que podría tener “poderes especiales”. Hay malvados empresarios (Juan Leyrado), familiares algo extravagantes (Mario Alarcón), un policía confundido (Pablo Rago) y, especialmente, el “ayudante” de Sebastián que encarna Piroyansky, una suerte de nerd que pasa de trabajar tras una computadora a tener que interpretar un importante rol en la trama. Todos ellos guardarán más secretos de los que en principio muestran.
vinopararobarVINO PARA ROBAR funciona como una suerte de ejercicio, casi un juego entre amigos, entretenido, de ver cómo resolver una película de este estilo. No hay grandes innovaciones genéricas en ella y no se espera tampoco que las haya: Winograd juega con las expectativas generadas y no las traiciona más allá de las trampas que todos esperan. En términos de resolución visual de las escenas de suspenso, no se intenta aquí presentar una puesta en escena excesivamente sofisticada o compleja. Se busca la efectividad y la comprensión narrativa. Y en la mayoría de los casos (no en todos) eso se consigue y la película fluye.
Si bien está conectada con la provincia de Mendoza de un modo excesivamente promocional, un logro del filme es que ese “link” esté más que justificado por la trama y bastante bien integrado en una puesta que no exagera con la tarjeta postal turística. Los que vieron la película de Ken Loach LA PARTE DE LOS ANGELES, de inminente estreno, podrán notar algunos parecidos en la trama y en el tono, algo disparatado. Sólo que aquí mucho más virado al género y sin las connotaciones “sociales” del filme del británico.
vino_para_robarUno podría imaginar, eso sí, a VINO PARA ROBAR como una suerte de episodio piloto para una serie televisiva. De hecho, hay mucho en la película que podría aprovecharse a largo plazo, especialmente en lo que respecta a potencializar la relación entre los protagonistas, que nunca alcanza a trascender la trama ni a volverse tan central como se pretende. Es innegable la relación del filme con LOS SIMULADORES y una versión de dupla de ladrones tranquilamente funcionaría en una industria televisiva a la que no le sobran las ideas que escapen de las habituales comedias dramáticas (o dramas) más o menos costumbristas que pululan por el “prime time” local. Winograd juega aquí al género (como ya lo hizo en MI PRIMERA BODA) y sus códigos están cerca del Hollywood clásico, algo que no le vendría nada mal a la pantalla chica local que continúa funcionando con versiones estéticamente correctas de psicodramas de los ’80.