Guiños y ladrones de guante blanco
El nuevo film de Ariel Winograd cuenta con un elenco encabezado por Daniel Hendler y Valeria Bertucelli.
Una frase bastante gastada dentro del medio es aquella que ruega por un cine industrial, de raíces genéricas, que le interese a la "gente", como si al otro –al supuestamente "de autor"– no le importara más que su propio ombligo estético.
No es momento de polémicas ni de cuestionar expresiones cercanas a la demagogia, últimamente engordadas, entre otros cruzados de ocasión, por algún programa televisivo de semanas atrás. La cuestión es que la tercera película de Ariel Winograd (Cara de queso, Mi primera boda), funciona como tránsito y puente entre la división que se suele hacer con el cine industrial y el de autor.
La trama es simple y contundente y refiere a dos ladrones de guante blanco; por un lado el experto Sebastián (Hendler), quien azarosamente conoce a una colega (Bertuccelli) en plena tarea. Pero habrá otros personajes secundarios de peso, como el hacker interpretado por Piroyanasky, el vértice que desea al MacGuffin hitchkokiano (Leyrado) y un rol satelital que Mario Alarcón eleva en tres o cuatro apariciones.
Al principio hay una máscara azteca de por medio, y más tarde una botella de Malbec francés que saboreaba Napoleón, razones desde las cuales los personajes confluirán a través de sus conocimientos sobre el tema. El tono de la película es de celebratoria inminencia, apoyándose en citas y referencias que van desde Hitchcock y sus maravillosos "entretenimientos" (Intriga internacional, Para atrapar al ladrón), pasando por la saga de La gran estafa, de Soderbergh, hasta llegar a los tópicos de un James Bond, y por qué no, a El affaire de Thomas Crown en sus diferentes versiones. La astucia del guión y la sofisticación visual de los rubros técnicos acompañan con placer al perfil bajo que propone la historia, repleta de guiños, diálogos felices y una importante química de la pareja central.
Es que Vino para robar, como sucede en una película de chorros elegantes y de primera categoría, necesita situaciones eficaces, que ya de por sí las tiene (robos a bancos, el doble papel que encarna Piroyansky) es una película de disfraces y enmascaramientos, de mentiras y falsedades, de diálogos que van más allá de la palabra escrita en el guión. Es decir, la sofisticada puesta en escena, acompañada por la utilización de lugares turísticos de la provincia de Mendoza, por suerte, nunca mostrada como "postal chivera", es la herramienta desde la cual el director se aferra para narrar una historia con placer y delectación.
Efectivamente, Vino para robar no esconde sus cartas y funciona como entretenimiento eficaz y sin complejidades. "El cine es el arte de llenar butacas" dijo Hitchcock alguna vez, y la película de Winograd resulta una buena jugada previa que termina con un gol digno de festejar. Y sin muñequitos de animación de por medio.